Tras la aprobación y difusión del nuevo currículo de Religión por parte de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura, solo habrá que esperar a la publicación en el Boletín oficial del Estado para que se cierre el proceso de elaboración. Conviene, mientras, ir profundizando en la trascendencia que va a tener para la asignatura de Religión y para nuestra práctica docente el cambio a un modelo competencial. No vale pensar que nos sirve lo que veníamos haciendo, ni creer que simplemente se trata de un ajuste que se va a resolver de la mano de los recursos didácticos. El cambio que se nos propone es también una oportunidad, como quedó claro en las conclusiones del foro de currículo, para profundizar en el diálogo entre teología y pedagogía y para presentar a la comunidad educativa y a la sociedad la valiosa aportación a la formación personal y a la convivencia de la ERE.
La teología dialoga, en las competencias específicas de la asignatura de Religión, con el perfil de salida de la enseñanza básica, pero su importancia no termina ahí. Adoptar un enfoque competencial, conviene aclararlo para quien lo ponga en duda, no supone restar un ápice de relevancia al aprendizaje de contenidos. Con igual contundencia, se debe subrayar que, en una situación como la actual, caracterizada por importantes desafíos en la vida de las personas y de la humanidad, es fundamental que, en la ERE, sea la teología la que establezca los criterios para seleccionar los contenidos de aprendizaje. En la propuesta de los saberes básicos, se reconocen aquellos núcleos que ayudarán al alumnado a conocer lo esencial del mensaje cristiano, aquellos que le permitirán dialogar, sin desdibujar su identidad, con otras racionalidades, tradiciones y culturas y aquellos que, porque es necesario contribuir al bien común, lo ayudarán a sumarse, desde la visión cristiana de la historia, a la transformación de la realidad.