Todavía es pronto para calibrar, en toda su dimensión, la importancia de la propuesta de un currículo competencial para Religión. Sin duda, la primera consideración tiene que ver con el proceso seguido. Ningún requerimiento de la Administración obligaba a la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura a presentar a “consulta pública” su propuesta de currículo para las diferentes etapas. Se ha tratado, como ocurriera con el foro del currículo, de un modo de abordar, de manera eclesial, un asunto de extrema importancia para la enseñanza religiosa escolar y la educación en nuestro país. La educación religiosa escolar tiene que responder a nuevos desafíos sociales, culturales y educativos, y reclama y necesita de la participación constructiva de todos los que estamos implicados: padres, profesores, instituciones educativas, editoriales, facultades de teología y toda la comunidad educativa.
Los currículos que hemos conocido han mostrado la fortaleza y la naturaleza escolar de la asignatura. Con la misma profundidad que las demás áreas y materias, la asignatura de Religión ha sabido expresarse en el marco competencial, haciendo más explícitas, si cabe, la profundidad antropológica, cultural y educativa de sus aportaciones y el contenido teológico específico de su fuente epistemológica. La teología propuesta en las competencias específicas, los criterios de evaluación y los saberes básicos iluminarán el perfil de salida en una nueva expresión del fecundo diálogo entre fe y cultura.
Hemos conocido también las propuestas de ordenación académica. Quienes no escojan enseñanzas confesionales tendrán que realizar actividades (en la forma que establezcan las comunidades autónomas) que desarrollen competencias transversales. Se abre así, poco a poco, un espacio educativo competencial común que habrá de desarrollarse en respeto a las propias convicciones. Hay futuro. Esa es la senda europea.