Poco a poco se empiezan a recuperar rutinas y normalidad en los pasillos de nuestros centros escolares. La excepcionalidad, los protocolos específicos y los recursos extraordinarios de los momentos críticos de la pandemia van cediendo terreno y, en algunos aspectos, volvemos a comportarnos con las querencias, en sus aciertos y errores, con las que funcionábamos antes de la crisis sanitaria. La vida sigue.
Esta vuelta a la normalidad nos permite y nos obliga a tomar de nuevo el pulso a algunos asuntos que, casi sin darnos cuenta, han ido tomando cuerpo en estos meses. El Ministerio, por ejemplo, va filtrando currículos de Infantil y Primaria (dejando prácticamente sin plazos a las editoriales), y no ha soltado prenda, salvo alguna entrevista de la ministra en la que reitera el viejo soniquete y conservador mantra y discurso socialista, sobre el encaje escolar de la enseñanza religiosa. En sus respuestas se hace evidente que, a pesar de las propuestas de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura y de la luz que aportan algunas instituciones europeas y globales de integración escolar de la diversidad religiosa, el Gobierno y sus socios viven, con respecto a la ERE, en una fotografía en blanco y negro que no hace justicia al papel de diversidad religiosa en la sociedad.
El inmovilismo del Ministerio contrasta con el dinamismo y los modos (un proceso abierto y participativo) con los que la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura viene asumiendo el reto que supone la LOMLOE y su propuesta curricular. Se nos convoca, en continuidad con el foro, a participar en la consulta pública sobre la propuesta del nuevo currículo de Religión.
Estamos, de nuevo, ante un gesto sin precedentes que subraya el valor de la imprescindible implicación de cada uno de los actores de la ERE.
Celebramos que, en el fondo y las formas, este renovado currículo venga a significar una palabra abierta a toda la comunidad educativa.