Educar con “masa madre”.
¿Seremos capaces de sobreponernos a la tentación de volver a cambiarlo todo para no cambiar nada?
La maquinaria está en funcionamiento. Una nueva ley de educación está caliente sobre la mesa. Sobre la mesa de todo el sistema educativo, y de toda la “industria de la educación” si se me permite la expresión. Nuestros gobernantes han preferido acelerar el proceso. No hay tiempo para cocinar en el fuego lento del diálogo los alimentos que la escuela va a ofrecer a las generaciones a las que va a acoger en los próximos años.
Qué bueno que, en este contexto de prisa y de intereses extra educativos, nuestros Obispos estén dando ejemplo llamándonos a un diálogo para que el nuevo currículo de religión sea nada más y nada menos que “de todos y para todos”. No es simplemente abrir un tiempo de consultas, es mucho más. Es llamar a compartir y dialogar juntos sobre las fuentes de las que bebe aquello que se va a proponer. De lejos la mejor noticia para la clase de religión desde hace mucho. Y no solo para la clase de religión, sinceramente creo que predicar con el ejemplo y ser Iglesia en salida es un gran servicio a nuestra sociedad y a nuestros gobernantes hoy.
Y es que, hablando en parábolas al estilo del pedagogo de Nazaret, podemos decir que necesitamos elaborar el pan de la educación con “masa madre”. No nos hace falta más alimentos pedagógicos precocinados y ultra procesados. Las escuelas tendríamos que saber escapar de la “guerra del croissant” y no pelear por ver quién lo fabrica más barato o más vistoso.
Educar “con masa madre” es comprender y respetar los procesos de las personas y de la escuela. Es mantener siempre viva la conexión con nuestra tradición y sabiduría pedagógica. Es dejar de correr como pollos sin cabeza tras la última innovación y poner a dialogar con tranquilidad a las distintas generaciones de educadores para que sigan vivos los proyectos que merecen la pena y no se pierdan en medio de las prisas, los cambios de leyes o de equipos directivos. Tomarse en serio el diálogo en la escuela, en todos los niveles, es confiar en que su calor alumbra acuerdos de largo recorrido de esos que favorecen una alimentación sana y consistente a los hijos e hijas que van a habitar nuestra escuela.
¿Seremos capaces de sobreponernos a la tentación de volver a cambiarlo todo para no cambiar nada? ¿Seremos capaces de no llenar de nuevo nuestros archivos y estanterías de papel mojado? ¿Seremos capaces las instituciones, los colegios, las editoriales, las empresas que viven de vender formación a los educadores y todos los implicados, de no ponernos como locos a vender comida rápida?
Ojalá cunda el ejemplo de diálogo al que nos invitan nuestros obispos. Ojalá se nos pasen las prisas y demos tiempo a la levadura invisible de todo lo que sabemos juntos para que actúe y fermente la masa.