No falla. Cada comienzo de curso, la cantinela. Bueno, en realidad, siempre. Con ocasión y sin ella. Si la ocasión no se presenta, se fabrica. Es como una obsesión mental compulsiva. Sigue el hámster progresando en su rueda. Es la cosa que este ocho de octubre pasado, Henar Moreno, de Izquierda Unida, defiende en el pleno del Parlamento de La Rioja “una inquietud de mi organización que obedece que la religión, siendo totalmente respetable, debe estar en el ámbito íntimo y personal de cada ciudadano, y no tiene ningún sentido que esté en el currículo académico”. Sorprende, pero menos, que su “inquietud” busque adquirir rango de ley, y para la de la mayoría dicte (“debe estar”) el ostracismo. Eso sí, “totalmente respetable”, pero confinada en casa, siempre. ¿Sabe Henar qué es el “ámbito personal”? ¿Sabe que el concepto “persona” dice esencialmente relación, polis, ciudadanía? ¿Por qué nos niega a ciertos ciudadanos el ejercicio de la política activa en la vida diaria? ¿Democracia es simplemente votar cuando los partidos mandan? ¿Por qué, en esa escuela que propugna, algunos ciudadanos debemos entrar des-almados? ¿Por qué una escuela excluyente, carente de equidad, inmune al diálogo y por tanto a cualquier pacto? ¿Será que esa escuela para todos, que no de todos, es taller de los “ingenieros de almas” del socialismo real? En sistema totalitario no cabe escuela democrática. Esto ya lo hemos visto. La película La vida de los otros (2006) y La revolución silenciosa (2018) lo muestran con arte. Lo digo porque Henar proclama en sede parlamentaria: “Es un honor volverle a oír llamarme comunista, ya lo echaba en falta”. Orgullosa de lo que el Parlamento Europeo (2019) condena: “Los regímenes nazi y comunista cometieron asesinatos en masa, genocidios y deportaciones y fueron los causantes de una pérdida de vidas humanas y de libertad en el siglo XX a una escala hasta entonces nunca vista en la historia de la humanidad”.
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