Libertad y adoctrinamiento
Deberíamos estar orgullosos de la sabiduría generada a lo largo y ancho de la historia, profundizar en ella con una auténtica recepción crítica
Si cuando hablamos de “doctrina” nos referimos a la sabiduría, al pensamiento fuerte, por favor, adoctrinemos. No solo en una asignatura, sino en todas. Porque la tarea primera de la educación, en esa relación con el alumno, es darle capacidad de abrirse a la Vida dotado de algo más que su sensibilidad y experiencia. Adoctrinemos, por tanto, porque el conocimiento y la verdad hacen libre a la persona. Y de esto sabemos quiénes algo sabemos de la vida.
La oposición entre libertad y adoctrinamiento no existe. Donde está verdaderamente el meollo está en lo que en el marxismo se llama ideología. Esa amalgama de ideas encadenadas entre sí y que forman una masa de personas, a las que la confusión les impide un mínimo de discernimiento y claridad, entren por donde entren a formar parte del grupo ideologizado que se justifica a sí mismo.
El peligro de la ideología, de la reducción de la sabiduría a lo que jamás se ha pensado y solo se ha recibido, debe poner en alerta a todo educador, y muy especialmente a quienes se dedican a las ideas propiamente, a filósofos que cultivan la tradición milenaria de su historia o se lanzan a tratar la búsqueda del bien en la ética, y también a los teólogos, profesores de religión y religiones, del hecho religioso y su vivencia, de la descripción fenomenológica de sus componentes. El peligro, sin duda es más que real, y es azuzado en este paradigma social digital de polarizaciones radicalizadas.
Es más, como asignatura encarnada en el tiempo, también desde la religión se debería ofrecer una mirada mucho más pausada, templada (prudente, no mediocre, que ni queme el corazón, ni enfríe la razón), dialogada. A la religión se le pide hoy, quizá como a ninguna otra materia, ser espacio de aprendizaje abierto, que ayude a situar al alumno con calidad ciudadana en un contexto global de diversidad falsamente enfrentada, poco complementaria, sin descanso ni sosiego, con prisas por llegar lejos, a donde solo se alcanza paso a paso, con rigor.
Doctrina, insisto, es sabiduría. Deberíamos estar orgullosos de la sabiduría generada a lo largo y ancho de la historia, profundizar en ella con una auténtica recepción crítica, atendiendo a cuanta bondad, humana y divina, hay en ella, aunque solo sea muchas veces como foto incierta de un horizonte de sentido en cuya atención se redefinen las formas asimiladas desde la impresión ignorante de su hondura.
Insisto, el riesgo no está en la transmisión de mucha sabiduría didáctica y claramente organizada, sino en las amalgamas que nos devuelven al caos y desconcierto, al lío, a la atadura, a la esclavitud de la caverna o a la comunidad incapaz de que en su oscuridad prenda luz alguna.