Hospitales eclesiásticos
La misión de los discípulos acentúa la atención a los enfermos. La antigua Iglesia nunca ve en la enfermedad un sustitutivo del martirio o un camino de perfección. Surgen así hospitales eclesiásticos.
A mediados del siglo III, la práctica cristiana del auxilio empieza a superar el marco estrictamente comunitario. Los cristianos se dirigen indistintamente a todas las víctimas de una epidemia de peste. Sucedió en Cartago siendo obispo san Cipriano (ca. 200-258). También fue así en Alejandría, bajo el episcopado de Dionisio (247/8-264/5). Una nueva etapa se abre en el año 313 con el “giro constantiniano”. Toleradas legalmente, las iglesias cristianas desarrollan estructuras de auxilio dirigidas a todos. El final del proceso consistió en la obtención de los emperadores cristianos del reconocimiento oficial de los servicios ofrecidos a la sociedad por las iglesias y sus jerarcas.
En la segunda mitad del siglo iv, aparece un concepto nuevo. Lo atestigua san Agustín (393-430). Se refiere a los edificios donde se dispensa la ayuda a los desafortunados. Se trata de la palabra xenodochium, que designa un lugar donde se recibe a las personas de paso y donde se cura a los enfermos. Estos establecimientos emplean a un personal específico. Puede hablarse con propiedad de médicos, enfermeros y camilleros. Entre estos, conocemos los parabalani de Alejandría, a principios del siglo v. Estas instituciones fueron muy variadas. Podían acoger desde una docena hasta varios centenares de indigentes. El ejemplo más impactante sigue siendo el complejo creado junto a Cesarea de Capadocia por su obispo Basilio (ca. 330-379). Comprendía hospicios y una leprosería.
Es, en realidad, en esta acción en favor de los indigentes, del cristianismo de la Antigüedad tardía, donde se encuentran los orígenes lejanos de nuestras instituciones hospitalarias. Por una parte, resultan innegables las innovaciones respecto al mundo clásico grecorromano. Los obispos salen de la esfera meramente “religiosa” protagonizándolas y adquieren una presencia sociopolítica. Por otra parte, “este sistema de beneficencia constituye para quienes lo dirigen, los obispos, una justificación teórica de las riquezas, a veces considerables, cuya gestión aseguran y, sobre todo, una fuente de influencia cotidiana en el seno de las ciudades”, según Jean-Marie Salamito a quién sigo hasta aquí. En los siglos v y vi, en Occidente, el hundimiento de las estructuras administrativas del Imperio romano los conduce, incluso, a sustituir puntualmente a las autoridades civiles y militares.
Xenodochium hispanovisigodo
En cuanto a España, en Extremadura se localiza el primer centro sanitario de este tipo. A partir del martirio de la joven Eulalia en el año 304, Emérita se convierte en un centro de peregrinaciones de primer orden. Se construye una magnifica basílica y pronto aparecen en torno a la ciudad un buen número de monasterios y hospitales. Vitas Sanctorum Patrum Emeritensium, refiriéndose al obispo Masona (ca. 571-605), dice que “también fundó un hospital de peregrinos y lo dotó de rico patrimonio; le asignó serviciarios y médicos y lo destinó a remediar las necesidades de transeúntes y enfermos, dando órdenes de que los médicos recorrieran permanentemente todo el ámbito de la ciudad y a cualquier enfermo que encontraran”. El liber citado sirve para esbozar una fisionomía histórica de la Mérida visigoda en los convulsos años de finales del siglo VI y principios del VII.
Pero, desde un plano más hermenéutico y no tanto histórico, puede servirnos para intuir la mentalidad de quienes fueron sus redactores. Sin olvidar lo que tiene de obra hagiográfica y propagandista. Así enumera a sus destinatarios: “Siervo o libre; Cristiano o judío”. Describe la práctica hospitalaria: “Cogiéndolo en sus brazos, lo llevaran al hospital y, acomodándolo en lechos apropiados, le proporcionarán alimentos escogidos y aptos, hasta tanto con la ayuda de Dios hubieran devuelto al enfermo la salud”. Será en 1989 cuando se convierta en evidencia física la información escrita, gracias a los descubrimientos arqueológicos. En un solar situado en la barriada de Santa Catalina, en la zona norte de la ciudad de Mérida, se encontraron las ruinas del xenodochium hispanovisigodo.