La esperanza que se construye
Publicado en el número de enero de 2021
El primer trimestre se ha hecho largo. Más de un compañero me ha dicho: “Estoy cansado igual que como suelo estarlo en marzo. No sé si llegaré a final de curso”. El sobreesfuerzo de los protocolos de la COVID-19, de la metodología bimodal, de la creación extra de materiales, etc.: todo ello ha generado una sensación de constante trabajo que no solo agota físicamente, sino también psicológica y emocionalmente. Quizá esto último está siendo lo más perturbador. La sensación de no saber cuándo se va a poder volver a la rutina habitual está afectando al equilibrio emocional de muchos docentes.
Estas vacaciones de Navidad habrán sido un respiro para muchos, pero también un momento de incertidumbre por lo que vendrá. Por eso, la Pascua de Navidad tiene un significado especial en este momento. Las distintas celebraciones dominicales posteriores tienen en común un grito de alegría y esperanza. De alegría porque la presencia de Dios entre nosotros se muestra como desbordante, agraciada y portadora de justicia. De esperanza porque conlleva una mirada a largo plazo, donde se pueden ir insertando aquellos propósitos que tienen que ver con mejorar y transformar la vida. La Pascua de Navidad es una celebración del encuentro entre personas. También de las personas con Jesús.
En el encuentro y la confianza se gesta la esperanza, y la esperanza es un bien precioso que debe cuidarse. El cansancio y el agotamiento emocional puede hacer desaparecer el deseo y la pasión por educar. La esperanza se construye diariamente, alimentando los deseos de encontrarse con los otros, de seguir disfrutando de sus vidas. También se construye en el ejercicio de consuelo y de cura de lo emocional, de tal manera que lo concreto no bloquee expectativas a largo plazo: educar para el mañana y no centrarse solo en problemas del presente. Construir la esperanza en dar continuidad a la vida.