
Mi hoja de servicios acumula cerca de un cuarto de siglo como profesor de Religión. En todo este tiempo, he vivido extraordinarias experiencias, pero también las crisis propias de quienes hemos ido sufriendo las sucesivas leyes educativas. Vuelvo en estas últimas semanas a estar en la picota porque una progresía de despacho cuestiona mi tarea, obviando el poder de las cifras, evitando mirar a Europa, devaluando el concepto de libertad y negándose a alcanzar el consenso que definitivamente proporcionaría un modelo educativo para varias generaciones.
Ante esta recurrente situación, creo que es necesario evadirse del ruido mediático y compaginar estratégicamente las luces cortas con las largas para respetar la hoja de ruta encomendada. Las cortas nos permitirán seguir trabajando con intensidad profética, a pie de cañón, con denodada entrega y siempre desde el amor y el humor (las dos mejores llaves para abrir el corazón de cuantos se crucen en nuestro viaje). Sin duda, con la iluminación corta vislumbraremos mejor el entorno inmediato, esos metros cuadrados a los que, por alguna extraña y maravillosa razón, hemos sido confiados.
Nada pues de desalientos, ni de miedos paralizantes, más bien esperanza activa, trabajo ilusionado y mucha creatividad para hacer de nuestra profesión un verdadero servicio al bien común y contagiar en el cuerpo a cuerpo. Estamos invitados a poner el Evangelio en medio de la cultura para ofrecer una palabra que rompa lo políticamente correcto, que abra a nuestros alumnos y también a nuestros compañeros al cuestionamiento radical de su ser y de su existir.
Junto a las luces de corto alcance, es preciso utilizar las de larga distancia, con el objeto de iluminar más ampliamente el horizonte y alcanzar, así, una sociedad plenamente humana en la que la dimensión religiosa sea asumida sin estridencias. Lo ha dicho el papa Francisco en su propuesta para reconstruir el pacto educativo global: los tiempos cambian muy deprisa y conviene utilizar nuevos focos que nos permitan mirar a lo lejos para construir “una nueva solidaridad y una sociedad más acogedora”, que dé (por supuesto) respuesta a los más íntimos anhelos marcados a fuego en la entraña de cada individuo y de cada pueblo.
Un proyecto apasionante
Luces cortas para persuadir a las familias de que la escuela actual quedaría coja sin la enseñanza de Religión. Luces largas para cultivar desde nuestra asignatura la paz, la justicia y el diálogo que permitan la construcción de un mañana esperanzador y de un humanismo solidario. El proyecto se me antoja fantástico, y el Papa nos da las claves: poner al alumno en el centro, invertir toda nuestra energía en la construcción de la casa común y formar personas que se pongan al servicio de todos.
Y, entretanto, algunas tareas inaplazables: repensar lo que enseñamos, cómo lo enseñamos y para qué lo enseñamos, reconstruyendo, al mismo tiempo, un relato favorable sobre la enseñanza de Religión. Con trabajo ilusionado y una narrativa propositiva, persuadiremos a la ciudadanía de que la clase de Religión ni es estática, ni un privilegio de las iglesias, ni un anacronismo insulso, sino un complemento fundamental para la educación integral de los alumnos. Tenemos pues una extraordinaria oportunidad para reivindicar las bondades de nuestra tarea que, coincidirás conmigo, es la más apasionante del mundo.