Una habitación sin paredes
Sociedad digital, sociedad de la información, sociedad del conocimiento o sociedad posmoderna son denominaciones que se refieren más al futuro que al presente. Son proyectos, más que realidades.
Son proyectos vagos y confusos. No podemos imaginar que sea posible, por tanto, designar con precisión qué significa una sociedad digital, determinar en qué zona concreta del mundo se ha desarrollado y qué características cumple, o cuál es su realidad física concreta. Y es así porque el término “sociedad digital” es, más que nada, un eslogan.
Pero el peso de este mito es y ha sido tan importante que, alrededor de la sociedad digital, se están desarrollando en casi todos los países del mundo una transformación profunda de las formas de vida tradicionales, programas de ajustes económicos, cambios industriales, alteraciones en las formas de gobierno de educación y de trabajo e, incluso, aunque no se hable mucho de ello, transformaciones muy profundas de personalidad y de la forma de ser de los individuos.
Por tanto, tenemos que señalar un hecho: la sociedad digital es una idea y un valor, una convocatoria que busca dirigir y concertar la acción de muchos sectores. Es y ha sido un leitmotiv político y sociológico que intenta justificar la actuación de economistas, sociólogos, politólogos y tecnólogos. Ha sido y es un discurso orientado hacia una ingeniería social de gran calado.
Es importante estudiar cómo funciona este sentido mítico de “sociedad digital”, conocer cuáles son las consecuencias que tiene para nuestras formas de pensar y de actuar y cuáles son los cambios antropológicos que está produciendo en nuestros días, porque ellos son quienes, en buena parte, abren la posibilidad de futuros alternativos y el lugar para una renovación de la educación.
Los muros del hogar familiar, por ejemplo, ya no son barreras efectivas que puedan aislar a la familia de una sociedad y una comunidad más amplia. El hogar familiar es aún menos eficaz como entorno único a causa del acceso y de la accesibilidad de los miembros de la familia a otros lugares y a otras gentes a través de la radio, de la televisión y del teléfono.
Y no solamente es la familia. McLuhan se refiere al “aula sin muros” para referirse al hecho de que las paredes de las escuelas ya no proporcionan una limitación a la adquisición de conocimientos por parte de los niños. Con los medios de comunicación, los individuos conectan con espacios mucho más amplios y alargan sus sentidos (en términos de McLuhan) allí donde los medios lo permiten.
Ventanas abiertas
El resultado es una plena dislocación de la sociedad, hecho este que no es solamente la pérdida del espacio concreto, sino la pérdida del significado social y la resituación en el interior de otro tipo de espacio: el espacio mediático. Gracias a internet, el teléfono móvil y la televisión, un individuo puede ser llamado, interpelado y visto por otros individuos situados a muchos miles de kilómetros de distancia y sin que las barreras o recintos tradicionalmente eficaces tengan nada que ver con ello.
Los espacios y los límites ya no son lo que eran. Los muros de los hogares, como hemos avanzado, serán ahora ventanas abiertas al exterior a través de la televisión y de las nuevas pantallas, pero, al mismo tiempo, resultan penetrables con facilidad, mediante la telefonía en internet. Son dos movimientos paralelos: uno de proyección, el otro de penetración desde el exterior. El primero, pues, de exteriorización; el segundo, de interiorización. Las paredes de los centros educativos se han abierto también al huracán mediático: son también penetradas, en un movimiento de interiorización, por efecto de la influencia que los medios ejercen en la educación de los niños y de los adolescentes. Pero también las escuelas, en un movimiento de exteriorización, se proyectan y abren al mundo exterior y se convierten, gracias a los nuevos medios de comunicación, actores y observadores singulares del mundo natural y social.