Verdades eternas cooperativas
Las Orientaciones sobre la enseñanza religiosa escolar de 1979 establecieron un marco de referencia para compartir, culturalmente, símbolos y modelos que ayudan a comprender y estar en el mundo.
Necesitamos modelos. Los profesores y profesoras de Religión lo sabemos bien, lo hemos sabido siempre. Educamos desde unas convicciones con que vivimos, unas ideas que tenemos y unas creencias en que estamos, pero educamos también con nuestras actitudes. Enseñar a ser, en paralelo con “aprender a ser”, conlleva una acción de engendramiento y de acompañamiento del parto, ayudando a dar a luz, en un tiempo y un momento precisos, al ser interior que habita en cada uno de nosotros (“in interiore hominis habitat veritas”, escribió san Agustín de Hipona en el de Magistro). Somos “cooperatores veritatis”, decía san José de Calasanz.
Un documento certero, lúcido y previsor, el documento de Antonio Palenzuela y Paco Ferrer, fijó con claridad y apertura unas Orientaciones sobre la enseñanza religiosa escolar en junio de 1979. Una Constitución reconocía la no confesionalidad de los poderes públicos y la cooperación positiva y obligada de estos con las confesiones religiosas para atender los fines de los ciudadanos ante los que un Estado laico debe inhibirse y necesita cooperar con quienes son reconocidos capaces para ello. Era la doctrina expresada por los obispos españoles al recoger la enseñanza conciliar para la realidad española en La Iglesia y la comunidad política (1973): mutua independencia y sana cooperación.
Leía estos días El hombre sin atributos, de Robert Musil, los mismos en que se introducía la enseñanza religiosa islámica en la escuela pública de Cataluña que el conseller del ramo ha presentado como un logro. Es lógico, como que se abra una pequeña discusión. Unos están a favor, ¡ya era hora!, y aprovechan para atacar el monopolio de una enseñanza religiosa escolar católica presentada como antigualla; otros dudan de la viabilidad y la oportunidad de esta introducción, atacando el “buenismo” progresista siempre contrario a la enseñanza religiosa escolar cuando es católica, pero amable con otras enseñanzas religiosas, cuya bondad cuestionan. En la citada novela, el secretario del conde Leinsdorf lee un párrafo tomado del Discurso a la nación alemana de Fichte, que dice así: “Para librarse del pecado original de la ignorancia y de sus consecuencias, la cobardía y la falsedad, necesitan los hombres de modelos que les interpreten por adelantado el enigma de la libertad, como lo hicieron los fundadores de las religiones” (cito según la traducción de José M. Sáenz). Parece ser que necesitamos modelos que nos interpreten por adelantado el enigma de la libertad. Esos modelos no son sermones moralizantes, sino símbolos entendidos “como medios didácticos para la predicación de las verdades eternas” (Fichte).
Finalidades de la enseñanza religiosa
El documento de 1979 a que me he referido establecía tres finalidades de la enseñanza religiosa escolar: situarse lúcidamente ante la tradición cultural, insertarse críticamente en la sociedad y dar repuesta al sentido último de la vida con todas sus implicaciones éticas. Cuarenta y un años después, no parece que el documento haya calado suficientemente en la opinión pública, o al menos en la publicada. ¿No sería oportuno que se insistiese en presentar estas finalidades de la enseñanza religiosa ante tutores, madres y padres, maestros y profesores, autoridades educativas, etc.? Dialogar sobre las mismas con limpieza, serenidad, ofreciendo razones, escuchando posiciones diferentes, no estará de más. Lo cierto es que no conozco otro punto de partida mejor que valorar esas tres aportaciones: cultural, social y antropológica de la enseñanza de la religión, que puede ayudarnos a dar a luz personas liberadas de la ignorancia, la cobardía y la falsedad, narrando las verdades de siempre como símbolos para comprender el mundo. Hay verdades eternas que, de acuerdo solo con las finalidades educativas de la escuela, deben ser propuestas con símbolos o narraciones, es decir, culturalmente. Es una tarea inmensa, apasionante.