Cómo quisiera que ya estuviera ardiendo
La Iglesia arde, reza el título del libro de Andrea Riccardi publicado este 2022 en Arca. La conversación con un amigo que frecuenta la edición papel de RyE con su sabiduría me ha puesto delante de este libro. A la vuelta del encuentro en el que nos vimos, me paso por la librería y lo comienzo.
El sujeto y el verbo de este título me dejan con la mirada perdida y me llevan a una pintada que encontré hace más de una década en la preciosa iglesia de Santiago en Allariz. “La única iglesia que ilumina es la que arde”. Cuando la encontré, en un momento de paseo veraniego, me toco varias fibras a la vez y este título de Andrea Riccardi me hace evocar aquel sentimiento complejo y contradictorio. Por un lado, me dolía su agresividad, su intolerancia. Me asustaba su fundamentalismo ignorante. Por otro, me resultaba cierta y profética. Necesitamos arder para poder iluminar. Tiempo más tarde, supe que aquella frase escrita con pintura sobre los bellos sillares de piedra, tenía un origen múltiple que podía llevarnos a la letra de una canción de un grupo con nombre de clásico del cine o incluso, hasta las andanzas del anarquista Buenaventura Durruti en la Guerra Civil.
El primer capítulo del libro, partiendo de la imagen de Notre Dame de París ardiendo, nos presenta una visión de lo que es el tema de su libro: La crisis del cristianismo. En unas páginas muy interesantes pone sobre la mesa la fragilidad de la Iglesia hoy. Habla de su crisis interna, no externa, y de cómo afrontar la cuestión con honestidad intelectual y vital. Caminar por el libro puede ser una ocasión para pararnos a pensar si lo que se derrumba es Occidente o la Iglesia, si el derrumbe de uno lleva al derrumbe del otro o no… Lleva también a valorar los distintos caminos emprendidos por los cristianos de distintas sensibilidades que, sin embargo, dan frutos similarmente modestos. Sin duda, son preguntas para cualquier creyente que quiera ponerse a la escucha de los signos de este tiempo. De alguna manera nos podemos traer esa pregunta a la sala de profesores, a nuestra propia sala interior… ¿Cómo tenemos que narrar la Iglesia hoy en clase de religión? ¿Cómo narrar una Iglesia en crisis? Y tantas otras más…
Riccardi recoge en su libro esa nostalgia y orfandad que parece sentir una parte de la sociedad que, al menos en algunos países europeos, lejos de los anticlericalismos de hace décadas, es capaz de darse cuenta del vacío que se adivina para el futuro en un mundo sin Iglesia. Para unos, “la crisis de la Iglesia sería una pérdida de humanidad para todos”. Apoyándose en distintos autores explora la necesidad de despertar el inconsciente espiritual y teológico y plantea que, tal vez, “la Iglesia tendría que plantearse más en serio por qué no podemos no decirnos cristianos, no para bautizar a la sociedad sino para comprenderla”. Yo añadiría, y para que la sociedad se comprenda.
Me da la impresión de que el currículo de religión actual es adecuado para desarrollar esta posibilidad. Quiere explorar este sustrato cultural común como punto de encuentro y reconexión con una sociedad y, especialmente, una juventud, desconectada. En este sentido, fijándonos por ejemplo en ESO, tendremos que ser capaces de diseñar situaciones de aprendizaje que ofrezcan a la vida de nuestros alumnos las posibilidades y horizontes que abren los principios y valores de la enseñanza social de la Iglesia. Podremos ayudarles a hacerse conscientes de la vida de la Iglesia (no sólo su historia, sus monumentos, sus instituciones) como generadora de identidad y cultura. Por eso, quizá lo esencial es experimentar la Iglesia como comunidad. Todos estos saberes básicos, son más experienciales que conceptuales. Requieren más de vida que de comprensión o formulación.
Llegado este punto, me parece adecuado volver a los sentimientos que despertó en mí aquella pintada. En el fondo tenía razón, la única Iglesia que ilumina es la que arde. Visto desde este punto de vista, sigue teniendo mucho sentido y valor una clase de ERE confesional. Una clase de ERE que haga las presentaciones entre el alumno de hoy y la Iglesia viva, la comunidad de discípulos, allí donde esté. En este sentido tenemos que afrontar el abismo. ¿Dónde hay una Iglesia que arde? ¿Dónde hay una Iglesia que ilumine? La verdad es que no siempre es fácil. No siempre esta cerca. No siempre es inteligible. No siempre está ardiendo. Me vienen al corazón las palabras de Jesús en el evangelio de Lucas: He venido a traer fuego a la tierra y ¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo!
Andrea Riccardi recorre distintos modelos de posicionamiento ante esta situación desde distintos sectores y sensibilidades de la Iglesia y en distintos contextos. La Iglesia entera intenta responder al declive y sus distintos posicionamientos dan lugar a distintas estrategias. Estos posicionamientos también se reflejan en cómo podemos comprender y abordar la ERE. Esas sensibilidades de alguna manera se han manifestado entre nosotros en el proceso de elaboración del nuevo currículo y en su acogida y desarrollo. Podemos resonar de distinta manera a los signos de este tiempo, pero cuando nos escuchan desde fuera se distingue rápidamente si la armonía y la belleza de la comunión está en nuestra propuesta.
Desde mi punto de vista, la propuesta con más luz y más sabor es la llamada a abandonar la autorreferencialidad que hace siempre Francisco. La Iglesia llamada a estar al servicio no de sí misma sino de Jesús y del mundo. En cierto modo, tenemos que narrar a una Iglesia que no habla de sí misma, sino de Jesús y que no se sirve a sí misma sino al mundo. Es el reto, sabiendo que, como constata Riccardi, la propuesta de Evangelii Gaudium no ha sido impulsada con convicción en muchos lugares y contextos eclesiales.
La apuesta por una ERE en diálogo que muestra cómo puede compartir con el conjunto de la escuela la tarea de la educación integral es la línea coherente con esta Iglesia que no quiere servirse a sí misma. Es una manera de arder y seguir ofreciendo la luz y el calor, la inspiración y la perspectiva, a este mundo. Una madre que quiere educar la mirada que pueda sostener a las próximas generaciones en una vida con sentido, comunitaria, buscadora del bien común y abierta al encuentro con el Dios de Jesús.