Anatomía 1: La cabeza
Piensa con cabeza!, sí. La cabeza, el cerebro, es algo más que la metáfora de pensar y de conocer. Es su sede, así como de las demás actividades: también del sentir. ¿Cabe enseñar a pensar? Daniel Kahneman, Premio de Economía Conmemorativo de Alfred Nobel en el año 2002, en el libro Pensar rápido, pensar despacio, analiza dos formas bien distintas de pensamiento, ambas necesarias, aunque de distinta índole y no igualmente susceptibles a la instrucción. La capacidad de pensar deprisa y con acierto seguramente tiene un importante componente innato, como la inteligencia en general. De nacimiento, de fábrica, las personas vienen más o menos inteligentes, más o menos capaces de pensar rápido en situaciones de emergencia. Eso puede sin duda mejorarse, y se logra mediante la práctica del otro tipo de pensar, del lento y reflexivo: cuando el meditar sobre situaciones difíciles previsibles se interioriza y asimila hasta mudarse en pensamiento automático. Y este meditar y pensar despacio, ¡claro que puede enseñarse y cultivarse! Se cultiva, sobre todo, volviendo sobre los propios pensamientos, corrigiéndolos, escuchando a los maestros, a los presenciales y a los virtuales, a los que dejaron escritos sabios, que es preciso leer y releer: por ejemplo, y no cualquier ejemplo, Cervantes, Pascal, Machado. Ahí tiene su oportunidad una obligada puntualización al muy individualista consejo de pensar por cuenta propia. El consejo tiene un ámbito razonable: no pensar como borregos, desconfiar mucho (casi todo) de las consignas ideológicas, de la publicidad, de los titulares de los periódicos. Pero ahí se acaba su vigencia. La originalidad individualista no es garantía de acierto en el pensar; antes al contrario en la mayoría de los casos consiste en desatinos. Se piensa bien en comunidad, en diálogo.