Como niños
El comienzo de la sentencia “si no os hicierais como niños” (Mt 18,13) puede tomarse como test ideológico y de actitudes a semejanza del modo en que los psicólogos han propuesto y utilizan tests (poco fiables, por cierto, para sus propósitos) de frases incompletas para que el sujeto por analizar las complete. ¿Cómo completar aquel inicio sin repetir lo de “entrar en el reino de los cielos”? La imaginación (o el pensamiento desiderativo) puede proponer sentencias como “si no os hacéis como niños, nunca seréis dichosos”, o “no creceréis”, o “no iréis a ninguna parte, no podréis entrar allí donde la puerta es estrecha o baja”.
Pero ¿qué es ser niño, permanecer niño o volver a serlo? No han sido comentaristas evangélicos, sino un personaje antibíblico, el Zaratustra nietzscheano de ficción, quien lo ha clavado en la “parábola de las transformaciones del espíritu”: de cómo el camello, que admite dócil toda clase de cargas, se transforma en león temible, indómito, con voluntad de poder y, luego, finalmente, en niño. Y ¿qué o quién es este? “Es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, una santa afirmación”. Es una infancia no perdida o tal vez recuperada tras haber pasado, como en metempsicosis terrestre, por otras encarnaciones animales. Tiene hondo sentido una idea de la educación, la formal y la informal, como institución ordenada a preservar infancia y juventud frente a toda clase de envejecimiento, de docilidad de camello y de ferocidad leonina. Está por otra parte el consejo de 1 Cor 14,20: “No seáis niños en el juicio, más bien sed niños en cuanto a falta de malicia, pero en cuanto al juicio sed maduros”. No contradice a Mt 18,13, pues hay un madurar en la infancia moral y espiritual.