Una pedagogía de la esperanza para hoy
En 1992, Paulo Freire escribía el libro Pedagogía de la esperanza, un reencuentro con la pedagogía del oprimido, haciendo balance de su trayectoria profesional. Freire incidía en que la práctica de la educación jamás puede dejar atrás la aventura de la revelación, es decir, caminar junto con los alumnos hacia el descubrimiento de la verdad. Este camino no se puede realizar si no se mantiene una actitud de esperanza, que es una necesidad ontológica, esencial en la constitución de la persona y en su condición de ser escatológico, ser siempre en búsqueda, ser siempre en llamada. Sin soñar, sin imaginar aquello que podría ser y que beneficia la vida de los otros y la propia no es posible mantenerse vivo en las luchas cotidianas. Si esta actitud se pierde, entra la desesperanza en escena, convierte la vida en una distorsión de la realidad, se sucumbe al fatalismo y se incumple la misión de recreación del mundo. La desesperanza apaga la luz y la oscuridad nos devuelve al caos primigenio, a la muerte. Veo estos días las luces de Navidad y recuerdo estas palabras de Freire. Soy esperanzada con terquedad, como decía Freire de sí mismo, soy esperanzada como imperativo evangélico que me impongo para trazar caminos justos todos los días. La esperanza del Adviento es también así, terca, consciente, persistente. No es un conjunto de cosas bonitas que se preparan para celebrar algo puntual y anecdótico, sino que la esperanza del Adviento se enraíza en la conciencia profunda de que lo que se nos devela cada año, en realidad cada día, es la clave para transformar el mundo y verdaderamente traer el cielo a la tierra. La presencia de Dios-con-nosotros
es una promesa escatológica de la alegría, la compasión y la justicia para un mundo encorvado (Lc 13,10-17) por la fatalidad, la insolidaridad y la injusticia. La esperanza es sin duda una pedagogía que endereza a la persona. Feliz Adviento esperanzado.
Revista RyE N.º 355 Diciembre 2021