Resiliencia
“El justo cae siete veces, pero se levanta” (Prov 14,16). La escuela ha de educar para los logros, los aciertos: ¡no confundir con triunfos, con victorias (algo bien distinto), que reparten el mundo entre ganadores y perdedores! También ha de educar para aprender de los fallos, los fracasos, los errores, las caídas y recaídas, los “pecados” (en origen, “pecado” = “yerro”). Ha de enseñar a levantarse. La vida y la acción se abren paso por ensayo y error. Dice un viejo aforismo que “errar es humano”. Los humanos nos equivocamos más que los robots. Los fallos y los actos fallidos nos humanizan, así como nos humaniza reconocerlos; y robot será el maestro que no reconozca ante los alumnos haber fallado, haberse equivocado en tal o cual ocasión.
Ha de invertirse el orden en lo de “ensayo y error”, convertirse en “error y ensayo”: a cada fallo ha de seguir un nuevo intento. Beckett lo dice en un inglés minimalista en su contundencia mono y bisilábica: “Try again, fail again, fail better”. Es decir, en castellano y más largo: “Inténtalo de nuevo, fracasa de nuevo, fracasa mejor”.
O en paráfrasis que, seguramente, no se corresponde ya con el pesimismo de Beckett: saber ir de fracaso en mejorado fracaso una y otra vez, hasta el logro final.
Hasta anteayer, a eso se le llamaba la “moral del Alcoyano”: quien resiste o insiste acaba por ganar. Ahora, el lenguaje culto lo llama “resiliencia”: capacidad de la persona para recuperarse frente a la adversidad (no solo al dolor), para levantar cabeza, seguir proyectando el futuro y obrar con energía en consecuencia. A la contrariedad del fracaso hay que oponerle la firmeza de continuar intentando. En la escuela, ha de practicarse tras los fallos, sea de un alumno o del grupo. De la educación moral forma parte educar para la resiliencia.