Judíos y cristianos
El antisemitismo, que tan arraigado estuvo (¿y está?) entre los cristianos europeos, es también anticristianismo. Y algunos miraron a otro lado, aun siendo un único pueblo de Dios.
La Iglesia ha tenido siempre presente que judíos y cristianos formamos un único pueblo. De cómo vivamos esta afirmación dependerá mucho nuestro diálogo interreligioso, por supuesto con los musulmanes y con las otras tradiciones religiosas y espirituales. Así lo previó la declaración conciliar Nostra aetate, aprobada el veintiocho de octubre de 1965 y que trata sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, y así lo subraya en un reciente libro, reciente el original alemán, y la rápida traducción española que debemos a Álvaro Alemany, el cardenal Walter Kasper: Judíos y cristianos. El único pueblo de Dios (Sal Terrae, Santander 2022).
Se trata de un libro importante. Para los franceses y para muchos europeos, no se trata de una novedad tan grande; los alemanes cumplieron con su trabajo de memoria. Es esencial recordar lo que pasó. Como escribió la periodista, escritora y documentalista francoalemana Géraldine Schwarz en Los amnésicos (París 2017, Bracelona 2019), fue algo muy simple: muchos miraron a otro lado, no quisieron ver lo que pasaba. En alemán se les llama Mitläufer, no responsables, sino colaboradores pasivos.
Hemos de hablar desde el primer momento. Si, católicos en su mayoría, los habitantes de Baden (y de otros lugares en el Palatinado y Sarre) en octubre de 1940 hubiesen protestado ante la deportación de seis mil quinientos judíos en vagones de pasajeros (así fue aquella vez), ¿las autoridades hubiesen frenado aquel comienzo de genocidio? No podemos saber qué hubiese pasado si…
Franz Hürth, jesuita y profesor de moral médica en Valkenburg, se opuso a la eugenesia, mientras Joseph Mayer era uno de los pocos teólogos católicos favorable a la misma. Pedro Arrupe intervino en un congreso de médicos en Viena en 1936 invitado por Fernando Enrique de Salamanca para representar a los médicos españoles. Arrupe no lo era, pero había estudiado Medicina, era discípulo del moralista Hürth y hablaba el alemán que había podido aprender en Valkenburg.
En 1942, la Gestapo ocupó la casa de formación de los jesuitas alemanes. Hablar claro y a tiempo tiene un precio que hay que pagar o, al menos, estar dispuestos a pagar. En 1941, la protesta de católicos y protestantes alemanes consiguió interrumpir el exterminio de discapacitados, “vidas sin valor” para los nazis, de los que había que purgar a la raza aria. En octubre de 1940, las autoridades locales habían declarado el distrito de Baden como el primero depurado de judíos (judenrein).
Nuestra contribución a una historia europea común está entremezclada y es compartida
Antisemitismo, anticristianismo
Algunos miraron a otro lado. De eso se queja Schwarz: sus abuelos se quedaron con una empresa propiedad de judíos expulsados, y finalmente gaseados en su mayoría, que los Schwarz compraron a buen precio, además un precio legal, ¿era justo? Kasper hace memoria después de la Shoah. Todos los cristianos, como dijo el papa Ratti somos semitas. El antisemitismo, que tan arraigado estuvo (¿y está?) entre los cristianos europeos, es también anticristianismo.
Tenemos un calendario igual en lo esencial (Pascua), compartimos una importante parte de nuestro libro sagrado, el de una alianza, la Tenak, y nos referimos a un mismo Dios: Alá, Yahvé o la comunión trinitaria, aunque ni calendario, ni libros, ni relación con nuestro Dios sean idénticos. Pero nuestra contribución a una historia europea común (Jerusalén, Atenas y Roma) está entremezclada y es compartida. Este verano, el día de la Virgen de agosto, en muchas iglesias francesas se ha vuelto a leer una carta de 1942 del arzobispo de Tolosa de Languedoc, el cardenal Jules G. Saliège: “Los judíos son hombres, ellas son mujeres”. El prefecto, la autoridad del departamento, había prohibido la lectura de la carta del obispo, el sacerdote desobedeció.