Retablos en la calle
Hace años, entré a la catedral de una ciudad noreuropea. Se nos avisaba que, salvo para actos protocolarios, la catedral ya solo era museo. Sentí pena. “Eso no pasará entre nosotros”, pensé.
Treinta años después, está pasando. ¿Se puede cobrar cinco euros por asistir a una celebración eucarística en una bellísima iglesia? ¿Se puede cobrar cincuenta? ¿Se puede pagar seis mil (sí, ha leído bien: seis mil euros o más) para asistir a una misa criolla en lugar vip? Claro, no como los “pobretones” que “solo” han pagado cincuenta euros. ¿Se puede pagar para asistir a una misa? Entre nosotros ya ha pasado. Ni museo ni parque temático, lugar de oración. Iglesias, catedrales, monasterios: no son monumentos, no son solo monumentos para que el turboturismo capitalista los profane. Son lugares de oración. Si además son bellos, son lugares para buscar a Dios en silencio y en gratuidad.
En el evangelio de Juan, en el programático capítulo segundo, los versos 13 a 22 lo dicen bien claro. En lugar del “negocio de la salvación”, seguimos empeñados en negociar la perdición, la condena, la nuestra. Del infierno no podrán sacarnos porque estaremos bien atados por las cadenas de los ídolos de madera. Ni un euro, ni diez mil, ni Bizum, ni dinero de plástico, ni falsos donativos. Una limosna expiatoria es un derecho cristiano para quien quiere expiar algo. Nací cerca de esa casa maravillosa. De niños, íbamos a jugar a la explanada delante del pórtico. El Domingo de Ramos bendecían los palmones. El barrio era humilde. Mis mayores pidieron esa limosna expiatoria, quizá la dieron. Pero ahora que el capitalismo ateo y asesino nos seduce o nos abduce poco a poco, cobramos entrada para alabar a Dios o para escuchar una misa cantada. La iglesia, cualquier iglesia, es solo (y no es poca cosa) un lugar para alabar, para recorrer caminos de belleza, para orar y ensanchar el corazón, para salmodiar o para cerrar los ojos humildemente. Hace años, un dos de noviembre, fuimos a la catedral para escuchar la misa de Réquiem del genial austríaco. Fue un concierto gratis. La gracia es gratuita, no barata. No pagábamos nada, si acaso dábamos un donativo, esta vez voluntario. El evangelista propone con dureza y claridad el mensaje. A los comerciantes de ganado y a los cambistas no les da muchas explicaciones: derriba mesas, hace un látigo. A los que venden palomas, como a los pobres, como a sus padres (Lucas 2,24, según prescribía Levítico) sí les dirigió unas palabras y les trató con más delicadeza: “Dejad de transformar la casa de mi Padre en casa de comerciantes, en cueva de ladrones”. Jesús de Nazaret nunca cita las Escrituras en provecho propio, salvo en las controversias. Los sinópticos unen palabras de dos profetas: “Casa de oración para todos los pueblos”.
La iglesia es solo (y no es poca cosa) un lugar para alabar,
para recorrer caminos de belleza
Salgamos a su encuentro
La clase de cultura religiosa, la única escolarmente legítima, se convertirá en “centro de interpretación”, será solo una Baedeker-Murray o un guide bleu para que los chicos se civilicen un poco, sabiendo quién es san Pedro y quién san Pablo cuando vean un caravaggio. A eso estamos abocados, que no llamados. Quizá no. Si no entran en la iglesia, salgamos al encuentro, como quiso el místico profeta Antoni Gaudí: pongamos los retablos en la calle. ¿Llamados a ser guías de parque temático del dolor como Lourdes, parque temático de un baile barroco con máscaras como San Pietro al Vaticano, parque temático de la austeridad como la basílica baja de Asís? Para gestionar parques temáticos cobrando, siempre habrá candidatos, pagándoles, claro. Incluso podemos ahormar a los candidatos para que digan lo que queremos, pues ya se sabe: quien paga, manda. Encontraremos quien administre las ilusiones. Ahora toca soñar despiertos, soñar el sueño que da vida. Ahora, hay que salir a su encuentro, llevar los retablos a la calle. Al margen. Hay vidas breves que merecen la pena: Pier Giorgio Frassati, montañero; Francesc de Paula Castelló, estudiante; John Roig Diggle, dependiente de almacén; Marcel Callo, scout; Chiara Badano, estudiante; Carlo Acutis, programador informático. Todos beatos. Hay que salir al encuentro, hay que empezar haciendo, hay que soñar. Ellos pueden. Son jóvenes, tienen vida, mucha vida por delante.