El bautismo es considerado como un nuevo nacimiento, un momento en el que se inicia un proceso educativo en el que la acción de la gracia divina es decisiva para que el niño adquiera la plenitud como persona, es decir, para que se convierta en otro Cristo (cristiano). En este proceso, la gracia no es un añadido más, sino un dinamismo que da un sentido pleno a la naturaleza humana. En sentido bíblico, la consagración es la dedicación de alguna cosa o persona para un propósito sagrado. El séptimo día fue santificado, consagrado o apartado para el Señor (Gn 2,3). Los sacerdotes estaban consagrados, apartados para sus responsabilidades divinas (Ex 29,1). Los primogénitos eran puestos aparte y dedicados al Señor (Num 3,13).
Estar consagrado (ungido) es reconocer que Dios es el verdadero y último autor de la vida, su legítimo propietario, y que la vida de cada uno es un regalo, como lo expresa san Pablo: “Tened presente que no os pertenecéis a vosotros mismos, sino que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que habéis recibido de Dios” (1 Cor 6,19). Además, la unción implica una misión, el compromiso de llevar un mensaje de salvación: “El Espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres” (Lc 4,18). Vivir como consagrado es poner a Jesús, el ungido de Dios, en el centro de la existencia y compartir su misión. Sencillamente, es ser cristiano, vivir en el Espíritu. Con la imagen de la viña y los sarmientos, Jesús explica bien cómo la plenitud humana viene de estar unido a Jesús, como lo expresa el cuarto evangelio: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto. […] La gloria de mi Padre es que deis muchos frutos y seáis mis discípulos” (Jn 15,1-8). Objetivo ineludible de la escuela católica es el anuncio del evangelio y que los alumnos vivan procesos de crecimiento en la fe. Por ello, “Cristo está el centro del proyecto educativo de la escuela católica, porque revela y promueve el sentido nuevo de la existencia y la transforma capacitando al ser humano a vivir de manera divina, es decir, a pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma de su vida” (Escuela Católica, 1977, 34).
Crecimiento en la fe
Este discurso puede resultar muy duro en una sociedad donde la dimensión religiosa es irrelevante y quedó reducida al ámbito de lo privado. Incluso, a muchas de las escuelas católicas les resulta difícil traducir esta visión en opciones pedagógicas concretas que tengan incidencia real en los alumnos. De hecho, algunos cuestionan con razón la escasa capacidad que tienen muchas escuelas llamadas “católicas” para engendrar en la fe nuevos cristianos. Quizá, han adoptado una pedagogía contaminada de una antropología reduccionista donde la dimensión espiritual de la persona ha sido sustituida por la cultura. Han escondido la gracia de Dios en un armario, pensando que ya no tiene capacidad para regenerar cultura. Redujeron la catequesis a cultura religiosa, la iglesia a un club de amigos, la práctica de la oración a la educación en la interioridad y los sacramentos perdieron la relevancia educativa que tuvieron en otra época.
Un buen proyecto educativo católico que ponga a Cristo en el centro no solo debe ofrecer una orientación ética o una claridad sobre el sistema de creencias, sino que debe dar la oportunidad de que los alumnos tengan un encuentro personal con Dios que les dé sentido a sus vidas y un proceso claro de crecimiento en la fe. Este encuentro se puede vivir con la práctica de la oración y los sacramentos, con una catequesis bien preparada que tenga presente la experiencia humana, entendiendo la Biblia y, sobre todo, con el testimonio de las familias, maestros y catequistas que viven una fe viva en comunidad. De este modo, los alumnos descubrirán el gozo de su consagración bautismal y vivirán su vida como un acto de agradecimiento por el amor que han recibido de Dios y que les hace personas más completas.
Debe dar la oportunidad de que los alumnos tengan
un encuentro personal con Dios que les dé sentido