Religiosidad popular y ERE
Los que trabajamos en educación, sabemos que es un desafío permanente desarrollar los contenidos de la disciplina que se esté impartiendo sin desatender al contexto específico en el que se lleva adelante.
Conocemos numerosos enfoques que van desde la psicología evolutiva, pasando por las inteligencias múltiples, las neurociencias, la educación emocional, por nombrar algunos, que se presentan como herramientas para que la acción educativa pueda ajustarse a la realidad del sujeto que está aprendiendo. Otros abordajes tienen en cuenta el contexto cultural y comunitario en el que los niños y los jóvenes se desenvuelven y que ningún educador puede dejar de conocer. Estas perspectivas presentadas de manera simplificada en estas líneas no son ajenas a la enseñanza religiosa escolar (ERE). Esto se puede apreciar con claridad en el nuevo currículo del área de Religión aprobado en 2022, en el que se hace explícito que esta propuesta surge a partir del diálogo entre la teología y la psicopedagogía, teniendo en cuenta el contexto global, regional y eclesial.
En el mismo sentido, buscan consolidarse las propuestas curriculares de la ERE en América Latina. En atención a los diversos contextos que se consideran para el desarrollo de la materia, me gustaría remarcar un aspecto que no podría dejar de atenderse relacionado con la identidad propia de la región, como son las expresiones de la religiosidad popular latinoamericana. En el continente ha habido un desarrollo propio de la teología que ha tenido diversas expresiones, especialmente después del Concilio Vaticano II y de la segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en 1968, que han destacado a la religiosidad y a la piedad popular como expresión de la fe del santo pueblo fiel de Dios.
El Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (2002) define a la piedad popular como “las diversas manifestaciones cultuales, de carácter privado o comunitario, que en el ámbito de la fe cristiana se expresan principalmente, no con los modos de la sagrada liturgia, sino con las formas peculiares derivadas del genio de un pueblo o de una etnia y de su cultura”. Sobre la realidad indicada con la expresión, se refiere a “una experiencia universal: en el corazón de toda persona, como en la cultura de todo pueblo y en sus manifestaciones colectivas, está siempre presente una dimensión religiosa. Todo pueblo, de hecho, tiende a expresar su visión total de la trascendencia y su concepción de la naturaleza, de la sociedad y de la historia, a través de mediaciones cultuales, en una síntesis característica, de gran significado humano y espiritual”.
En la piedad popular, subyace una fuerza activamente evangelizadora
que no podemos menospreciar
“Fuerza activamente evangelizadora”
A partir de estas conceptualizaciones, desde una perspectiva confesional de la ERE, sería fundamental el estudio de las diversas y diferenciadas formas de la religiosidad popular, que, como expresa el Directorio, tiene como fuente, “cuando es genuina, la fe y debe ser, por tanto, apreciada y favorecida”. Asimismo, estas expresiones de la religiosidad popular pueden presentarse en ocasiones contaminadas por elementos no coherentes con la doctrina católica, por lo que requieren de una explicación adecuada, que, con atención y respeto, pueda aportar claridad. Desde un acercamiento no confesional de la ERE, también la religiosidad popular constituye una realidad que se hace necesaria conocer, ya que como “expresión de la fe, que se vale de los elementos culturales de un determinado ambiente, interpretando e interpelando la sensibilidad de los participantes, de manera viva y eficaz”.
Es alentador ver cómo en algunos marcos curriculares de Latinoamérica se han ido dando pasos incluyendo esta realidad en sus propuestas. En otros todavía queda por recorrer el camino que permita descubrir que, como dice el papa Francisco, “en la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar: sería desconocer la obra del Espíritu Santo. Más bien estamos llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación, que es una realidad nunca acabada. Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización”.