Cuadrar la educación
La misión educativa es empresa de cuadrar si no el círculo, sí cuadrar en las todavía moldeables mentes de los educandos unas cuantas piezas de no fácil encaje.
Es educar a niños y adolescentes de hoy para el día de mañana, para cuando dejen de serlo; es más y precisamente, para que dejen de ser niños y adolescentes en lo que niñez y adolescencia tienen de inmadurez. En cambio, y por otra parte, hay que educar para conservar el “esplendor en la hierba”, la gloria de la juventud y la niñez, para que permanezcan el juego, la risa, la inocencia, la mirada limpia de cuando niños, así como la ilusión, el entusiasmo, el amor a la vida de cuando adolescentes.
Paradojas de la educación: se educa en el tiempo presente para un tiempo futuro (de la sociedad y de cada uno de los educandos) en alto grado imprevisible. Hay que educar en el amor a la vez que en la previsión de posibles desamores, educar para la salud sin ignorar que de todos modos habrá enfermedades. Hay que transmitir principios o valores morales a sabiendas de que, más allá de tres o cuatro de ellos (no matarás, no violarás, no abusarás), pueden los demás cambiar mucho para cuando estos chavales sean ancianos. El catequista responsable sabrá comunicar una fe que mañana puede estar asediada de incertidumbre, de dudas, o quizá evaporarse en sus catequizados. Cuando desde la altura de la edad mayor se echa la vista cincuenta o sesenta años atrás, a los cambios producidos en ese tiempo, cuando se considera, encima, la aceleración de la historia, de una sociedad y una cultura que cada vez cambia más deprisa, ¿cómo cuadrar la educación a lo que será la vida de estos alumnos así que pasen otros tantos años? Es invitación no al pesimismo educativo, sí al realismo, a la reflexión y a la fineza en educar.