Una sabiduría del cuerpo
La interioridad es un campo de posibilidades, también la exterioridad; pero solo a través de la ejercitación armónica y constante se es capaz de dominar la sintaxis y la gramática del cuerpo y hacerlo florecer.
La distinción entre cuerpo y corporeidad no es baladí desde un punto de vista filosófico. El cuerpo es una realidad material, inexpresiva, opaca, impenetrable; mientras que la corporeidad es, ante todo, lenguaje, expresión, comunicación. El rostro de un ser humano no es un cuerpo; es pura expresión, lenguaje, manifestación de una interioridad. El ser humano, en sentido estricto, no tiene un cuerpo como si se tratara de un objeto externo. Es un ser encarnado, enraizado en su corporeidad.
Velar por la corporeidad significa estar atento, vigilar, responder de sus necesidades y carencias y evitar situaciones de riesgo. Una persona educada corporalmente vela por su exterioridad, la cuida con detenimiento, pero también está atento a la corporeidad ajena y vela para que esté en el lugar más idóneo. No se deben confundir, en ningún caso, la actitud de velar con la caída en el narcisismo corporal, en la obsesión por el cuerpo y su figura.
En la actualidad, la cultura narcisista penetra en todas las esferas de la cultura, de tal modo que el ciudadano está dispuesto a dedicar mucho esfuerzo y muchos recursos a su corporeidad, con el fin de sentirse a gusto consigo mismo, de agradarse. Velar es cuidar, atender con esmero, pero no debe confundirse con adorar, venerar o idolatrar. El último fin de una educación de la exterioridad es que el educando sea capaz de desarrollar su corporeidad. Paliar necesidades es una parte sustantiva en la vida humana, pero no es la única. Educar es hacer crecer al otro, ayudarlo a florecer, también en el plano de la exterioridad.
La interioridad es un campo de posibilidades, pero también lo es la exterioridad. Solo a través de la ejercitación, de la constancia y de la disciplina, el educando es capaz de dominar la sintaxis y la gramática del cuerpo y puede hacerlo florecer con todo su esplendor. El atleta es un ejemplo de ello, pero también el bailarín. En ambos casos, el trabajo sobre el propio cuerpo es persistente y disciplinado, y, finalmente, da frutos. El resultado de tal ejercitación es la velocidad en el caso del atleta y la elasticidad en el caso del bailarín, propiedades que jamás hubieren conseguido sin tal ejercitación.
La ejercitación es un antídoto a la atrofia y a la deformación de la exterioridad, y una forma de educar la voluntad y ordenarla a un fin determinado libremente. Sin embargo, es esencial hallar el justo medio, la virtud que está en el centro, siguiendo la visión aristotélica. Cabe la posibilidad de sucumbir a la atrofia por inacción, pero también a la fractura de la corporeidad por exceso.
La armonía entre la exterioridad y la interioridad
es el horizonte que jamás se debe perder
Crecimiento armónico
De nada en exceso, reza el dictum estoico. He ahí un buen principio a la hora de ejercitar la corporeidad, pero también la interioridad. Cuando se sucumbe a la desmesura (la hybris, en el universo semántico griego), adviene el mal, la crisis, la patología, pero, cuando se paraliza la actividad corporal, también emerge el mal. Se ha impuesto una cultura de la no limitación. Aplaudimos a los héroes que someten sus cuerpos a extremos irracionales, que realizan gestas inhumanas y que son capaces de exigir a sus cuerpos unos resultados hilarantes. Esas figuras se convierten en referentes culturales de masas, en objetos de imitación. Cuando las mayorías tratan de repetir estas hazañas y de alcanzar, de este modo, la gloria y el reconocimiento, sobreviene la ruptura, la descompensación, el dolor y la enfermedad.
La armonía entre la exterioridad y la interioridad es el horizonte que jamás se debe perder de vista en el proceso educativo de la persona. La ejercitación de las facultades interiores, como la memoria, la imaginación, la voluntad o el intelecto, debe desarrollarse simétricamente al desarrollo de los miembros del cuerpo para garantizar un crecimiento armónico. Con frecuencia, sin embargo, se sucumbe a una ejercitación extrema, ya sea del interior, ya sea del exterior, ya sea de ambas dimensiones simultáneamente, lo cual acarrea graves desórdenes y descompensaciones.