Por Junkal Guevara
Cuando esta página se publique, estaremos ajetreados, entre otras cosas, intentando comprar los regalos de Navidad, que es en lo que está quedando la fiesta. Este año, queridos maestros (y, singularmente, los que lleváis las clases de Religión), os propongo seáis vosotros mismos los que os regaléis a los chavales; que os regaléis a vuestros alumnos como maestros. La idea no es mía; me la ha sugerido una entrevista de cuarenta y ocho minutos que Oprah Winfrey hace a la actriz Viola Davis con motivo de la publicación de sus memorias (Finding me), y que he podido ver en Neftlix (Oprah+Viola Davis: un evento especial). La entrevista no tiene desperdicio y, si tenéis el raro privilegio de ser profesores de enseñanza religiosa escolar en Bachillerato, no dejéis de verla completa, porque se plantean cuestiones fundamentales, como el proyecto de vida, la reconciliación, la profesión, etc. Pero, en esta página de diciembre, os sugiero el diálogo desde el minuto veintiuno hasta el veintiocho.
Davis está describiendo la pobreza extrema de su infancia en el barrio de Central Falls (Rhode Island); una infancia con todo tipo de privaciones (luz, agua, gas, ropa, comida), con violencia doméstica y abusos de cualquier clase. Una infancia transida por una terrible experiencia de vergüenza que, entre otras cosas, hacía que, todavía con catorce años, mojara la cama noche tras noche. En medio de ese drama, se alza como una luz la señora Prosser, profesora y directora del colegio al que Viola y sus hermanas asistían. Viola dice de ella: “Era una de esas personas que te dan permiso para quererte”. La descripción de la compasión y la empatía de su profesora hace que Oprah interrumpa la conversación para afirmar: “Mis profesores me salvaron”. Y Viola apuntala: “Me hicieron sentir un amor radical”.
Cuando nos acercamos al tiempo de Navidad, y confesamos con fe y con un deseo profundo, “ha aparecido la bondad de Dios y su amor al ser humano” (Tit 3,4), podemos pensarnos como esos maestros capaces de mostrar un amor tan radical a los chavales que les dé permiso para quererse; para sentir alegría de vivir; para resistir el dolor profundo de las rupturas familiares; etc.
Posaderos
No está mal recordar que, en las orientaciones que nacieron del foro “Hacia un nuevo currículo de Religión”, se apostó por “una Iglesia que trabaja por la centralidad de la persona en la educación” y que, en las competencias específicas, se ha subrayado mucho la capacidad de “rehumanización” de la educación (Carlos Esteban). Leí por ahí unas palabras del Papa dirigidas a los maestros donde hablaba de los “colegios-posadas”, escuelas donde puedan recomponer heridas propias y ajenas; escuelas de puertas abiertas reales y no solo de discursos, donde los pobres puedan entrar y donde se pueda salir al encuentro de los pobres. Seamos los profesores de Religión “posaderos” de la escuela, destacándonos como profesionales de nuestra área y expertos en acogida y cuidado; demos forma entre todos a Religión como una asignatura para el siglo xxi (tercer congreso del Profesorado de Religión Católica de Andalucía). Y hagámoslo este año hablando de regalos en clase de Religión; este año, sí. Del regalo de una propuesta de la enseñanza religiosa escolar en la que se pueda incidir en el desarrollo emocional y afectivo; el cultivo de la interioridad; la exploración e identificación de sentimientos y vivencias, a la luz del misterio de la encarnación.
Hablemos de la Navidad como tiempo de un Dios que se regaló a nosotros para “darnos permiso para querernos”; recordemos a la señora Prosser y, con nuestra compasión y empatía, transparentemos la salvación que ha venido, desconcertante pero definitiva, en un niño y una madre, aparentemente, como tantos. Ojalá los chavales, este año, estén deseando volver a la escuela para recoger el regalo que son sus maestros; ojalá, a su manera, al encontraros, encuentren a los “posaderos” de su escuela y, así, también ellos repitan aquello de los ángeles en Belén: “Hoy nos ha nacido un Salvador, Mesías y Señor” (Lc 2,11).