“He visto las películas de Disney millones de veces, pero no las había visto en realidad”, escribía una de las asistentes al curso de formación del profesorado al que aludía en mi anterior columna. Ni sombra de decepción. Era la exultante sorpresa de quien descubre de repente una revalorización inesperada, e irreversible, de ese patrimonio cultural para ella tan familiar y querido. “De todo el curso ha sido lo que más me ha gustado. Me ha ayudado mucho para hacer lo mismo en mis clases”. Nuestra profesora, emocionada, descubría con Disney que, al cobijo de un premio nobel, Kipling, Bagheera le susurraba, a través de Mowgli, que el corazón de El libro de la selva es el vibrante canto a la amistad a muerte: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Nada de ética de mínimos, la máxima exigencia en pos de la excelencia, alma del Evangelio. Descubría que el Apocalipsis de san Juan es culmen también de la película Fantasía. El dibujo de Disney da plasticidad, en diálogo maestro, a esta obra seminal de Juan con el poema sinfónico Una noche en el monte Pelado (en ruso, La noche de san Juan en el monte Pelado, inspirada en Gogol) del gran expresionista ruso Músorgski. La descomunal Bestia, en desigual lucha con el universo mundo, debe doblegarse estremecida ante el humilde pero firme sonido de la campana (vox Dei) y del rayo de luz que irrumpe al son de la célebre melodía Ave María de Schubert. La naturaleza toda, magnífico templo gótico, desborda en luz del Sol que nace de lo alto y de la tierra de María. Hace bueno el verso del poeta: “Siempre hay un rayo de sol en la lucha que deja la sombra vencida” (Miguel Hernández). El desfile de mártires de hoy que siguen al Cordero lo corrobora. Testigos de una dignidad humana, más allá de toda definición, causa estremecimiento, asombro, y fecundo silencio. La realidad supera toda ficción.
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