Gallinas ponedoras
He asistido a un bonito encuentro coloquio entre magisterio, pedagogía, religión y escuela; homenaje a los cuarenta años de esta revista. Y lo que tiene escuchar a los que saben: aprendes cosas nuevas, despiertan experiencias latentes y se estimulan fuentes de inspiración. En varios momentos, vino a mi mente una frase cuyo poder lenitivo convirtió en estribillo: “¡Chicos, chicos, que no sois gallinas ponedoras!”. Una comparación fácil cuyo verdadero alcance descubres en diálogo con ellos. Si impacto ejercía en esos alumnos que a pesar de todo su esfuerzo no esperan buena cosecha, quizá llamaba más la atención en aquellos que temían unas notas distintas a las que esperaban, o se esperaba de ellos. ¿Por qué instrumentalizar así una educación de la persona fin en sí misma? ¿Por qué la burda ideologización, fruto de un racionalismo irracional, que ignora al alumno vivo y genera conformismo mediocre? ¿Competentes para qué? ¿Por qué ese miedo a indagar en las causas del creciente vacío existencial, en tantos alumnos, que denuncian psiquiatras y tantos signos? ¿Qué humanismo puede salvarnos, ayudarnos a distinguir entre moda y avance? Al cortoplacismo gobernante no se le puede pedir generosidad o altura de miras. Podemos preguntar a Erasmo, Vives, Moro, Vitoria por qué basan su humanismo en la “philosophia Christi”. La religión sí sabe de alturas y profundidades. Tiene una palabra autorizada que ofrecer en épocas de bonanza y de gran desconcierto. Ahí, una cosa es cierta, lo verdaderamente humano se descubre siempre en el encuentro, la puerta de entrada es la escucha, su fruto granado el acompañamiento. Y si es verdad que la necesidad estimula la creatividad del profesor de Religión para ganarse al alumno, sabe que no a cualquier precio, porque él no tiene precio. Fratelli tutti en ascenso sinodal al Tabor, pide el Papa esta Cuaresma, para ser transfigurados.