Religión fuera
Es profesor en una Facultad de Educación y quiere expulsar del aula a la asignatura de Religión. Dice que ya se imparte en la mayoría de las materias, desde “la arquitectura de un templo, Camino de Santiago medieval, un cuadro de Velázquez, una partitura de Bach, literatura del Siglo de Oro, el origen de la lengua castellana y, sobre todo, para comprender la mayor parte de la historia de este país”. No es poca cosa, aunque su casi omnipresencia es toda una señal que debería urgirle a reflexión.
Sin embargo, siembra cizaña de guerra entre saberes, “las clases de Religión restan muchísimas horas (¡!) lectivas a las demás asignaturas”. Ya puestos, mejor echar fuera del aula a la asignatura de Lengua, por ejemplo, que resta muchísimas más horas lectivas a las demás materias, pues ya se imparte en todas ellas. Como si fuera simple cosa de diccionario. Es bien sabido el papel decisivo del lenguaje en la configuración de la urdimbre de lo humano. Comprenderlo requiere clara conciencia de la sólida y compleja solidaridad en la que nacemos y nos movemos toda la vida. Persona dice relación, comunicación, fraternidad cósmica. ¿Tiene algo de extraño que en el tejido de las diversas modulaciones del lenguaje esté presente desde el principio como motor, siempre, y en todas las culturas, la necesidad de comunicación con el todo, con el absoluto? De la propia raíz brota la savia de la convivencia de saberes en su diversidad. Pero la pedagogía laica, dice, exige que los escolares dejen la libertad de conciencia en la puerta de la escuela. Volvemos a la “escuela bancaria”, vertical, que describía Freire. Una escuela estatalista, gubernamental, secuestrada. La neutralidad del Estado laico se encarga de todo para nuestro bien, como muestra la actual reforma impuesta. Nada nuevo.
En 1891, la Rerum novarum de León XIII lo denuncia como doctrina social de la Iglesia.