¿Regulación o moral?
Algunas reflexiones en torno a las noticias sobre el consumo de pornografía entre los niños y adolescentes.
Un reciente estudio de Save de Children ha provocado cierto debate sobre el consumo de pornografía por parte de niños y adolescentes. Parece que más de la mitad de los niños entre los seis y los doce años tiene el primer contacto con contenido explícito sexual por medio de la pornografía. Por otro lado, más de la mitad de los adolescentes cree encontrar en la pornografía inspiración para sus relaciones sexuales. Más allá de los datos, lo que a nosotros interesa como educadores cristianos es plantearnos cuál es la situación de la educación sexual en nuestras aulas, qué estamos haciendo y, eventualmente, qué deberíamos hacer.
Por una parte, en el ámbito de la educación católica estamos constreñidos por las exigencias de presentación de las orientaciones del magisterio en materia sexual y eso lleva a un silencio por aquello de no meternos en problemas. Sí hemos abierto el melón de la educación emocional (mejor afectiva), pero no nos da para transitar hacia la vivencia de la sexualidad. En las escuelas con un ideario menos definido, se pueden llegar a aplicar algunos de los planes de educación sexual que las escuelas reciben de parte de las autoridades educativas o del sector de la salud. En ambos casos, unas escuelas y otras, sí se ven obligadas a pasar por las partes del currículo en las que el legislador ha previsto que se trate el tema, pero sin demasiado entusiasmo. En resumen: el sistema educativo calla, en un clamoroso silencio, frente a una realidad, la sexualidad, omnipresente en todo lo que rodea la vida de nuestros alumnos. Si alguna realidad humana está presente en series, músicas, publicidad, redes sociales, modelos, etc., es, sin dudad la sexualidad. Esta es para mí la síntesis del diagnóstico: omnipresencia de un lado, silencio de otro.
Frente a este demasiado fácil acceso a la pornografía, algunos sesudos medios proponen una mayor regulación, un mayor control. Me llama poderosamente la atención que nadie proponga una intervención educativa más clara y rotunda en la que se plantee que el consumo de pornografía es moralmente rechazable. No es la primera vez que me encuentro con este tipo de reacción: frente a un determinado problema, se obvia su vertiente moral y se va directamente a promover más control para que eso no ocurra. Los casos se multiplican. Si hay embarazos no deseados, lo que hay que hacer es enseñar un mayor control de las relaciones sexuales para que sean “sanas y seguras”; nadie se plantea mostrar que la sexualidad lleva intrínseca su apertura a la vida y que, por tanto, no se trata de usarla solo en beneficio propio. Si hay incremento del consumo de alcohol entre los jóvenes, lo que hay que hacer es limitar la venta y reclutar más policía para controlar los botellones; nadie se plantea una educación del ocio como dimensión fundamental de la vida mostrando su infinidad de posibilidades más allá de juntarse para beber en descampado.
Nos encontramos, a mi modo de ver, con una manifestación más de la desmoralización de nuestra sociedad, responsabilidad directa de la dejación que los adultos de las diferentes instancias educativas, no solo de la escuela, estamos haciendo de nuestra responsabilidad de transmitir valoraciones morales claras y bien justificadas sobre la vida. Creo que en educación no podemos quedarnos solo en el ámbito de la ética, sino que debemos entrar de lleno en el terreno de la moral. Una moral sin arraigo en la necesaria reflexión ética no tiene sentido. Pero una ética sin aterrizaje en una moral bien fundamentada que se presente no como obligatoria pero sí como la mejor garantía de mejor humanidad es imprescindible. De lo contrario, nuestros alumnos crecen sin referentes morales y, lo que es peor, se acostumbran a judicializar la decisión moral: las conductas que no están prohibidas se pueden hacer. Es la muerte del horizonte moral y su reducción al horizonte legal. Pero no nos engañemos: si nuestros alumnos están instalados en esa mentalidad, es simple y llanamente porque nosotros también lo estamos. Es el momento de poner en juego lo mejor de la moral cristiana como orientación hacia una mejor humanidad.
El sistema educativo calla frente a una realidad, la sexualidad,
omnipresente en todo