Te ruego por ellos
Por estos que tú me diste. Porque son tuyos, aunque me llegaran cada comienzo de curso en listas pobladas de mediaciones que vivifican su misterio. Les he comunicado las palabras que tú me diste, tu nombre. He llevado a cabo (solo tú sabes cómo) la obra que me encomendaste. Que, siendo tan distintos, sean uno. Y tengan en sí mismos tu alegría cumplida. De algunos brotes soy testigo. Y el mundo los ha odiado. Que si frikis por elegir reli, anticientíficos, etc. Según tú, la pista de no andar por mal camino. No ruego que los retires del mundo, sería ir contra tu palabra (y ¿quién soy yo para eso?), sino que los guardes del maligno. Aprender con ellos que hay otra manera de estar en el mundo. Siendo santificados en la verdad. Lo explicaba vitalmente aquí el alumno: “Me he llegado a obsesionar con la verdad gracias a san Agustín de Hipona, algo que hace unos meses creía impensable. Porque esta es una de las enseñanzas que me llevo de esta clase: que, quizá, existe una verdad absoluta que se abre paso por sí sola”.
Les has dado tu gloria, la filiación que revela el Espíritu, para que seamos uno. El alumno aprendió también que esto pasa por la muerte: “Una patada en la boca a casi todas mis antiguas creencias y a mi soberbia e ignorancia; pero, a fin de cuentas, supone una liberación que permite llegar a la falta de prejuicios y al criterio propio”. Descubren que los has amado a ellos como me has amado a mí. Te ruego también por los que en el instituto reciben de ellos estos ecos pascuales. Orar por los alumnos es la gran metodología, fuente de iniciativas y recursos. Despierta especial atención a lo que les pasa, y no les pasa, a los jóvenes. Convierte la teología en agitadora cultural permanente. Aviva la fraternidad, base de una ecología integral y garantía de todo pacto global sólido. Orar es fuente viva de perenne racionalidad.