Fracasar o tener éxito
El fracaso escolar existe. Sabemos que hay distintas variables y causas, pero nos cuesta mucho aceptar que es un elemento inevitable de nuestro sistema educativo. El fracaso escolar es la consecuencia resultante de la propia institucionalización de la educación. Pero es importante aclarar de qué fracasa. No es el fenómeno opuesto al éxito escolar, sino el fracaso del éxito académico. En una estructura educativa centrada en la superación de una serie de estándares académicos, es comprensible que algunos estudiantes no lleguen a ese mínimo. Por tanto, quizá el problema no es tanto el fracaso escolar, sino la concepción del éxito educativo que tenemos. De poco sirve detectar, analizar e incidir en las causas del fracaso escolar, si después no se incide en la estructura educativa para atenuarlo. Al reducir el derecho a la educación a la escolaridad y desvalorizar los aprendizajes educativos más valiosos que son difícilmente evaluables, estamos destruyendo una parte fundamental de la educación. Incluso cuando estos valores educativos se intentan evaluar y cuantificar, estos aprendizajes se desvirtúan. La obsesión por el éxito académico y la excelencia provoca no solo una perversión de la educación, sino un mayor fracaso escolar, porque incluso los que alcanzan los estándares mínimos se sienten fuera del sistema educativo y después del sistema social. La educación que promueve el éxito escolar se centra no en lo académico, sino que el estudiante se beneficie lo máximo posible de su derecho a la educación. Eso no significa que en todos los casos se dé éxito educativo, y mucho menos éxito académico. Lo que quiere decir es que acogemos a la persona en su situación vital y la acompañamos en su proceso de adquisición de capacidades personales y conocimientos valiosos para dar “calidad” a la vida, hacerla más vivible. Esa es la verdadera excelencia a la que aspirar.