Lo que llamamos sabiduría
Muchos de los suspiros de los docentes están relacionados con la forma en que pueden o no dar los contenidos curriculares. Muchas veces el problema no está en la materia en sí, sino en la forma de abordarla. Muchos docentes querrían vivir con el alumnado experiencias más integrales, donde los conocimientos estuvieran interrelacionados y se pudiera establecer aprendizajes en muchas direcciones. Esta forma de aprender se adapta mejor a la de pensar del alumnado, que comprende el mundo de forma rizomática, es decir, en una gran red de conocimientos interrelacionados y multidireccionales. La fragmentación del saber, hoy, es un problema. Supone practicar un pensamiento lineal y paralelo que impide las conexiones entre saberes y la interrelación de los mismos y, además, dificulta la transferencia de estos saberes al mundo, a la cotidianeidad de la vida, que es el lugar donde el aprendizaje tiene sentido. La fragmentación, hoy, en vez de favorecer el orden, lo que hace es tender al caos, porque, sin unas adecuadas relaciones entre conocimientos, estos se dispersan y se pierden convirtiéndose en meros datos. La fragmentación no refleja hoy la vida real, son conocimientos artificiales, aislados y eso les hace insolidarios, porque no establecen simbiosis nutrientes. Muchos docentes querrían hoy compartir clase con otros docentes, cruzar asignaturas y currículos, y centrarse en los procesos y recorridos de los saberes, en vez en las categorizaciones y compartimentaciones de los datos. Quizá, estamos en el momento justo en el que hemos de decidir, como docentes, a operar entre las partes y el todo, en equipo, y pasar a un conocimiento que aprende de los contextos, complejidades y conjuntos, y mira el entorno comprendiéndolo, acogiéndolo y cuidándolo. De esa manera, el aprendizaje se va convirtiendo en lo que llamamos sabiduría.