Volver a la prohibición
Existe un debate abierto sobre el uso de la tecnología a edades tempranas: si se debe prohibir o si la escuela debe enseñar su uso responsable. La polémica no es solo la problemática de la tecnificación de las aulas, sino lo que a la pedagogía de la prohibición tecnológica van vinculados a una serie de mensajes en contra de la innovación educativa que están basados en cuatro ideas: la idealización de un pasado educativo donde reinaba el orden y la autoridad docente, la denuncia de que la inclusión conlleva a una disminución de la calidad de la enseñanza, la denuncia de una “educación progresista adoctrinante” y la convicción de que el esfuerzo individual y la meritocracia son la mejor forma de educar. Todos los que hemos nacido antes de 1975 sabemos que la educación de hoy es bastante más completa y que está mejor pensada. Idolatrar el pasado educativo no nos ayuda a responder a los problemas del presente. Defender que hay educaciones neutras significa no conocer para nada la naturaleza cultural del ser humano que hace que todo esté siempre mediada por puntos de partida ideológicos. Tener y compartir ideas no es adoctrinamiento, es ser cultura. Prohibir el supuesto adoctrinamiento es también una forma de adoctrinamiento. La cuestión no es prohibir, sino cómo aprendemos a integrar las distintas visiones de la vida en el aula en diálogo. Relacionar inclusión y reducción de la calidad de la enseñanza y pretender volver a la memorización y la meritocracia selectiva es un arma peligrosa que lleva
a un nuevo elitismo, muy poco evangélico, por otro lado. Y condena a casi la mitad de los niños escolarizados a una segregación social. El problema no son las tecnologías, ni las metodologías, sino los referentes adultos y su capacidad hermenéutica de la realidad. Si hay prohibición, no hay diálogo; si no hay diálogo, no hay cultura.