En la medida en la que vamos profundizando en las consecuencias organizativas y curriculares de la LOMLOE, en los reales decretos ministeriales en los que se regula la ordenación y las enseñanzas mínimas de cada etapa, y en el que se regula en la evaluación, promoción y titulación en las diferentes etapas, vamos siendo más conscientes de la fortaleza de los anclajes que el currículo de Religión ha establecido con las diferentes etapas y el perfil de salida. Lamentablemente, todavía no podemos acceder al texto final que se publicará en el Boletín oficial del Estado del currículo de Religión en las diferentes etapas, pero la decisión de la Comisión Episcopal para la Educación y Cultura de difundir los últimos borradores está permitiendo a las delegaciones diocesanas y a las editoriales ir avanzando en formación y en elaboración de nuevos proyectos. No se trata de maquillar lo que veníamos haciendo con apariencia de novedad. Formarnos, contrastar, dialogar, compartir ideas y buenas prácticas, crear nuevas redes de colaboración es el camino que juntos hemos de transitar para que sea efectiva la actualización, en forma y fondo, del alcance educativo y eclesial a la que nos empuja la reforma curricular. El modelo pedagógico y didáctico de la ERE ha recibido un nuevo impulso.
En la Educación Secundaria Obligatoria, poco a poco, el estudiante se va construyendo una forma de comprender, habitar y hacerse cargo del mundo. En esa encrucijada vital, las competencias específicas del área de Religión vienen a acompañar el itinerario vital del alumno como una invitación a conocerse mejor a sí mismo, a los demás, al mundo y al Trascendente que, desde la libertad, da un sentido y proyecto a sus vidas. Para el profesor de Religión, el reto está en no dejar de escuchar las voces de los jóvenes para proponer situaciones de aprendizaje significativas que les ayuden a dotar de sentido su presente y capacitarlos para los desafíos futuros.
El estudiante se va construyendo una forma de comprender,
habitar y hacerse cargo del mundo