Es fácil encontrar profesores de Religión que, después de toda una vida dedicada a la educación, cuentan con los dedos de la mano los años que les quedan para jubilarse. Después de toda una vida profesional defendiendo la asignatura, dando cuenta del valor escolar de su tarea ante sus compañeros y proponiendo el valor cultural y formativo de los saberes propios de nuestra disciplina, reconocen que no los acompañan las fuerzas ni el ánimo para comprometerse, formarse e implicarse, una vez más, en este momento en el que la asignatura se adapta al modelo competencial establecido por la LOMLOE.
También es fácil encontrarse nuevos profesores que se han iniciado en la docencia de nuestra asignatura, más como una oportunidad a la que habilita el DECA que como una vocación sobre la que construir un proyecto vital. La clase de Religión puede ser un lugar de paso hacia una mayor estabilidad, pero, mientras eso llega, quieren formarse y prepararse para hacer bien la tarea encomendada, presintiendo que hay una especificidad que solo logran intuir.
Hay en la experiencia de aquellos docentes luces que pueden iluminar el camino como educadores de los que empiezan. En estos, hay una cercanía al cambio de modelo cultural y social que permitiría hacer más significativo para los alumnos el caudal de sentido que aporta nuestra materia. Es urgente propiciar este encuentro. El modelo emblemático, según el Papa, lo ofrece la figura mitológica de Eneas, que, en medio de las llamas de la ciudad incendiada, carga sobre sus hombros a su anciano padre Anquises y lleva de la mano a su joven hijo Ascanio, poniendo ambos a salvo. “Eneas no se salva solo, sino con el padre que representa su historia y con el hijo que es su futuro”. Esta figura puede ser significativa para la misión de los educadores, llamados a custodiar el pasado y a acompañar los jóvenes pasos del futuro. Hagámoslo juntos.
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Director de Religión y escuela
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