Educar en tiempos de pandemia
Se hace difícil conversar, reflexionar, escribir y hasta hacer bromas de otra cosa que no sea de la pandemia. Esta experiencia que nos atraviesa como humanidad nos está haciendo experimentar un nuevo modo de vivir.
Como estamos en medio de esta “tormenta inesperada y furiosa”, se hace difícil sacar conclusiones y aventurar cuáles serán los aprendizajes que sacaremos (o por lo menos se me hace difícil a mí). Lo que nos toca es pasar la situación buscando que los impactos y sufrimientos que causa esta enfermedad y el consecuente aislamiento social que se pide como forma de evitar el contagio sean los menores posibles.
La educación, como todos sabemos, también ha tenido que reconfigurarse. En todo el mundo (y Latinoamérica no escapa a esto), son millones los niños y jóvenes que no asisten a la escuela. Frente a esto, los sistemas educativos nacionales han buscado distintas maneras de que, en este cuadro de emergencia, no se deje de brindar la posibilidad de continuar con el proceso de enseñanza y aprendizaje. En ese sentido, son muy interesantes las distintas iniciativas que están llevando a cabo los organismos de educación católica y educadores católicos de todo el continente, que están poniendo en juego, con profesionalidad y creatividad, todas las herramientas necesarias para atender a sus alumnos.
Providencialmente, el papa Francisco nos había convocado a comprometernos con la reconstrucción del pacto educativo global y nos hablaba de la necesidad de constituir una aldea de la educación. Hoy, estamos experimentando como pocas veces esa pertenencia a una “aldea” de la que todos somos parte o, usando otra imagen que nos regaló Francisco, a esa misma barca en la que estamos “todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, llamados a remar juntos, necesitados de confortarnos mutuamente”.
El humanismo solidario en el horizonte
Nos toca trabajar con esta conciencia de pertenencia a esta aldea para generar los lazos necesarios que nos permitan caminar juntos en esta experiencia nunca antes vivida. Si ya estábamos llamados a educar para un humanismo solidario, los acontecimientos presentes nos impulsan más que nunca a avanzar hacia este horizonte. El documento de la Congregación para la Educación Católica del 2017 que abordaba este tema nos proponía para alcanzar ese objetivo la cultura del diálogo, de la globalización de la esperanza, de la inclusión y de las redes de cooperación. Mirando el escenario actual, vemos cómo cada una de estas premisas se ve desafiada, pero, a su vez, se presenta la oportunidad para asumirlas.
En tiempos de distanciamiento social, no podemos perder la capacidad de un diálogo sincero. Se hace fundamental poder hacer sentir a nuestros alumnos y docentes que, del otro lado del medio de comunicación que sea, hay alguien que nos escucha y nos permite expresarnos. Asimismo, la oscuridad que parece haberse instalado en el mundo reclama más que nunca un mensaje de esperanza, basado en el anuncio que como personas de fe que vivimos nuestra vocación cristiana en la educación hacemos de la victoria de Cristo sobre la muerte.
También se nos presenta el desafío de la inclusión, ya que el gran reto que tienen los sistemas educativos de generar condiciones que no dejen a nadie afuera se ve comprometido de un modo especial si los niños y jóvenes no pueden concurrir a la escuela. Hay un cuidado especial que hay que tener, y en especial en las obras educativas de la Iglesia, de que no se genere una mayor desigualdad entre aquellos que tienen acceso a los recursos básicos para una educación desde sus hogares y los millones que en nuestro continente no poseen estos medios. Por eso se hace necesario más que nunca desarrollar redes de cooperación.
Como decía, no me animo a aventurar qué será lo que aprenderemos de esta pandemia, pero, sin duda, como dice el Papa, “con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”. Dios nos ayude a comprometernos como educadores en este sentido.