Filadelfia
Publicado en el número 337 de la versión en papel. Febrero de 2020
Me lo dijo así, con cierta sensación de furtivo. Su espíritu jovial templaba la confesión. Ya habíamos compartido antes algunos ratos de jugoso diálogo interdisciplinar. Era profesor de inglés, y no había resistido la tentación de disparar a la pizarra de mi clase y había enviado la foto a su hermana en el extranjero. La respuesta no se hizo esperar: “Por fin dais un inglés vivo”. “No, si es la pizarra de la clase de Religión”, le respondió. Habíamos escrito en ella, en inglés, la piedra angular de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica (1776).Lo que las trece colonias ponen como fundamento de su independencia, una de las “verdades evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales, y están investidos por su creador con ciertos derechos inalienables, y entre estos: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Firmada en Filadelfia no por casualidad. Filadelfia fue fundada para ser lo que su nombre significa: ciudad del amor fraterno.
La Revolución francesa (1789), modelo de revolución por nuestros lares, es trece años posterior. Su fundamento, la diosa razón, pronto genera monstruos: guillotina, guerras fratricidas (girondinos y jacobinos), época del terror y genocidio a quienes no se someten al nuevo dios Estado-República imperialista, que propaga libertad e igualdad a golpe de cañón. Asesinado el Padre, la fraternidad desaparece. Vuelve el nepotismo del Antiguo Régimen corregido y aumentado en un diosecillo emperador, Napoleón. A su imagen y semejanza, Rusia (1917), fusilamiento de los zares, bolcheviques contra mencheviques, Stalin, imperialismo militarista URSS y luego en media Europa. También la Cristiada en México (1926), España (1931), China, Cuba, Camboya, Corea del Norte, etc. Si soplan estos aires, la clase de Religión debe ponerse al abrigo.