Virus coronat opus
Publicado en el número 339 de la versión en papel. Abril de 2020.
Seguro que cuando retomemos las clases presenciales me recordará más de uno: “Profe, lo que tú decías”. Y es que les pongo con frecuencia el ejemplo del simple virus, acelular y submicroscópico, pero capaz de desafiarnos cuando jugamos a todopoderosos. Es tema siempre recurrente; una constante de la cultura humana. Lo abordamos desde primero de ESO con la comedia Como Dios, cuyo título original es Bruce Almighty (‘Bruce todopoderoso’). Cuando Bruce juega a ser dios, el caos está servido. Cuando se decide a convertirse en milagro y obrar como Dios, todo encaja.
Siempre ha llamado poderosamente mi atención la calma de un Jesús, ya eccehomo, azotado, escupido, coronado por el virus del poder, ante un Pilatos nervioso y sin saber qué hacer: “–No sabes que tengo poder”; “–No tendrías ningún poder. […] El mal no tiene verdadero poder”. Igual ante Caifás. El mal, como el virus, necesita de un vector para sobrevivir y multiplicarse. Son organismos al límite de la vida. Le pasa lo que a la Bestia del Apocalipsis, en Fantasía de Disney de mi anterior columna. Va a coronar su obra de destrucción total, pero un leve destello de luz (Ego sum lux) unido a un humilde toque de campana (vox Dei), cada vez más poderosos, hacen su desafío inútil. “Esta enfermedad no es para la muerte, sino para la gloria de Dios”, dice Jesús a la vez que llora por su amigo Lázaro.
La frase finis coronat opus, tan propia de la literatura cristiana, remite a que el fin de la obra está en relación con su principio. “En el principio era el Verbo”. Juan ve en Jesús la coronación de la creación primera: “En el principio creó Dios”. “O felix virus!”, parafraseando el “O felix culpa!” que mereció tal Redentor. Opus Dei, revelada en su Hijo y sus amigos mientras duermen. No tengáis miedo, Yo he destronado al coronavirus. ¡Aleluya!