La patria íntima
Si nos robaran las palabras, la lengua, nos dejarían heridos. Si queremos una educación humanista integral, no debemos permitirlo: tenemos que enseñar lengua para habitar la patria íntima.
La propia lengua es para muchos la patria íntima. Fernando Pessoa acababa de volver a Portugal desde África del sur, donde había realizado todos sus estudios en inglés, cuando habló de la propia lengua como patria íntima. Elie Wiesel cuenta la historia de Baal Sem Tob, poeta hebreo del siglo XIV nacido en Carrión de Palencia y exiliado a un país lejano, quien, por haber pretendido precipitar la redención, perdió la memoria de todo conocimiento. Zvi Hirsch, fiel criado y discípulo, no le abandonó en su exilio.
“Ayúdame –dijo Sem Tob al discípulo–. ¿Recuerdas algo, una palabra, una oración?”. “Nada”, fue la respuesta del criado, que también había olvidado todo.
“¿Realmente todo?”, insistió Sem Tob. El discípulo dijo: “Todo no; aún recuerdo el alfabeto”. La mirada de Sem Tob se iluminó: “¿A qué esperas? –exclamó el maestro del buen nombre–, empieza a recitarlo”. El criado comenzó y el maestro se unió: “Alef, bet, guimel, dálet”. Ambos recitaron con fervor las veintidós letras, hasta que les fue devuelta la memoria.
Theodor Kallifatides en 1964 emigró de Grecia, donde había nacido en 1938, a Suecia; allí se casó, allí nacieron sus hijos, allí escribió toda su obra, buena parte traducida, en sueco, más de cuarenta libros de ficción, ensayo y poesía. A sus 75 años, el mundo en el que había vivido ya no existía (“envejecía en un mundo que me parecía cada vez más ajeno”). Por otro lado, se decía (y le decían):
“Después de los setenta y cinco nadie escribe”, aunque “yo no tenía ni idea de qué era lo que me impedía escribir”. En 2016, firmó su libro Otra vida por vivir, en el que cuenta que, solo tras su regreso a Grecia, pudo volver a escribir. Lo hizo en griego: “El año pasado, en invierno, unos cuantos días antes de Navidad”. Desde la primera palabra, sentía “como si hubiera comido miel”, pero se dio cuenta de que en sueco no podía decir lo mismo, pues “la palabra «Navidad» no tiene relación ninguna con el nacimiento de Cristo”. Lo que sí podía ser entendido inmediatamente en griego no lo era en sueco. Los educadores, los profesores, los maestros, quienes enseñan las primeras palabras a los niños, les están ayudando a crear su patria íntima, lo más importante, quizá, lo único importante para toda la vida, para saber y saborear qué Navidad tiene relación con el nacimiento de Cristo. “Me devolvieron a mi lengua, la única patria que todavía me queda y la única que no me heriría”, concluye Kallifatides. Recitando a Esquilo, se lo habían mostrado aquellos muchachos de Molaioi y su maestra, Olimpia. “Cada lengua tiene su manera de ser escrita”.
Habitar la patria íntima
Los profesores de cultura religiosa escolar (así la denominó Paco Ferrer) enseñan lengua para habitar la patria íntima, para que cada día haya menos analfabetos, para que nuestros niños, nuestros jóvenes, dispongan de una lengua habitada. La narración recordada por Elie Wiesel, superviviente de la shoah, está entre las más bellas de la literatura hasídica, “porque pone de relieve las virtudes de la fe y del aprendizaje […]. De mis maestros aprendí a leer y a releer nuestros textos sagrados con permanente asombro y entusiasmo”, a responder a la llamada del texto, de su interpelación, a escrutar la hondura de sus múltiples significados. En momentos en los que nos quieren expatriar, nos quieren escindir de nuestra raíces y fundamentos, de nuestra humanidad que es integral porque no está reducida al antropocentrismo, sino abierta al otro, al trascendente, al que nos hace ascender para ser (como escribió san Buenaventura: “Oratio igitur est mater et origo sursum-actionis” en Itinerarium mentis in Deum 1, 1), si nos robaran las palabras, nos dejarían heridos. No debemos permitirlo si no queremos ser hombres y mujeres minusválidos, reducidos, analfabetos, autocentrados, “sísifos” de nuestro trágico narcisismo, si queremos una educación humanista integral, una educación liberadora que haga aprender a ser.