Tradición y comunidad
De cómo el gran fresco de La escuela de Atenas de Rafael puede inspirarnos en estas dos claves de cualquier escuela con proyecto
Más de una vez me han planteado qué cuadro de la historia de la pintura podía ser paradigma del quehacer educativo. Entre las múltiples posibilidades, siempre me ha surgido un fresco de Rafael, que tanta admiración produce en los museos vaticanos. En el centro, Platón (parece que con los rasgos de Leonardo) y Aristóteles. Dos generaciones en diálogo. El uno apuntando al cielo, al mundo de las ideas, el otro señalando la tierra, un conocimiento mucho más pegado a la realidad más tangible. El Timeo y la Ética a Nicómaco. Esta figura central está rodeada de multitud de personajes, la mayoría de ellos de la cultura clásica (Sócrates, Heráclito, Parménides, etc.), pero también Hipatia de Alejandría o Averroes. Algunos en diálogo y otros en situación de reflexión y pensamiento.
En este escenario, Rafael no solo rinde homenaje a algunos de los personajes que han fecundado la creación del mejor pensamiento sino que, quizá de manera inconsciente, nos presenta la raíz profunda de eso que llamamos educación. A la base de todo proceso educativo se encuentra la relación y el diálogo: la relación maestrodiscípulo y el diálogo que entre ellos se establece. Pero este diálogo no es un ejercicio de solipsismo sino un diálogo conectado con lo mejor de la tradición cultural de la humanidad. Un diálogo que se produce en el tiempo presente, sincrónico, pero que está integrado en ese diálogo constante y universal que, de manera sincrónica, ha ido produciendo lo mejor del desarrollo humano.
Hoy, la escuela corre el peligro de estar excesivamente pendiente de la utilidad inmediata. Nuestro sano afán de innovación nos puede llevar a un presentismo traicionero. Suelo afirmar, incluso arriesgándome a ser mal interpretado, que la escuela tiene un alto componente conservador.
Sí, estamos llamados, al modo como lo hizo Rafael, a mantener la actualidad de todo aquello que consideramos de alto valor en la historia de todas las creaciones culturales de la humanidad. Frente a amnesia, memoria (más aún, anamnesis). Lo importante no es si hay libro o dispositivo sino, sea como sea, que nuestros alumnos lean a Homero o conozcan la enorme fecundidad simbólica de los relatos bíblicos.
Esta línea de reflexión sobre las claves nucleares de la educación nos lleva, inevitablemente, a la necesidad de la construcción de un proyecto compartido por parte de todos aquellos que construyen la escuela en el día a día. En el fondo, un proyecto educativo realmente vivo y sugerente consiste precisamente en esa selección que una determinada comunidad educativa lleva a cabo de todo ese ingente legado cultural, ya sea en el ámbito del pensamiento, de la ética, de las artes, de las ciencias o de la religión. Un proyecto educativo que se constituye así en el eje de esa comunidad educativa para darle no solo coherencia sino fuerza, identidad y personalidad. Una tradición que se encarna en una comunidad viva y poderosa. Las escuelas huérfanas de este eje vertebrador se convierten en meros servicios a la carta sometidos a los requerimientos de la cultura imperante dominada por los intereses económicos de un sistema que todo lo fagocita. La dicotomía no se sitúa entre una escuela con proyecto (real y actuante) y una escuela sin proyecto, sino entre la escuela y la no escuela.
Estas consideraciones son universales. En el caso de la escuela católica, sin embargo, esta lectura de la fenomenología básica del ser escuela tiene unas resonancias todavía más profundas. De nuevo habrá que repetirlo: la escuela católica no es una escuela “usurpada” por intereses confesionales espurios sino una escuela de proyecto cultural fuerte, sólido, profundamente humanizador, que hace una lectura de la historia de la creación cultural de la humanidad desde la visión cristiana del mundo y de la persona. Con todo derecho, como lo han hecho todos los grandes proyectos educativos de tradiciones más laicas. Pero, para eso, resulta imprescindible que retomemos esta perspectiva en busca de esa tradición actualizada que nos permita crear verdaderas comunidades de educadores.