Peregrinos
Hace años, aprendí de un maestro burgalés que muchas afirmaciones esenciales para nuestra vida debían ser necesariamente binarias, pues el riesgo de redondez de una palabra siempre dejaba fuera algo esencial.
Solo la complementariedad es liberadora de energías, evocadora de posibilidades. contemplación y acción, libertad e igualdad, amor y justicia, verdad y bondad, y así muchas parejas. Una de esas palabras es “peregrino”, compuesta de “per” y “ager”, que nos lleva a considerar éxodo y éxtasis como doble movimiento del homo viator. Es cierto: el peregrino camina por tierra extraña y busca la verdadera patria, pero no sabe cuál es ni dónde está.
Para los romanos, el ager era la tierra inhóspita, a diferencia del rus, el paisaje o espacio humanizado. Andar por el agro era equivalente a no ser ciudadano de esta ciudad, sino de otra en búsqueda. Ese es el peregrino. A la figura de nómadas y náufragos, así lo veíamos en marzo pasado, hay que añadir el peregrino, que sale y se vacía para llegar a un no lugar, a una patria que está dentro y está fuera.
En estos días, acaba de aparecer un libro sobre san Ignacio de Loyola debido a Xavier Melloni. Ha sido publicado en castellano y en catalán y su título es: Éxodo y éxtasis en Ignacio de Loyola. Una aproximación a su “Autobiografía”. San Ignacio, casi al final de su vida, conversó con el portugués Luis Gonçalves da Câmara. Los que lo conocían, los que vivían cerca de Ignacio, insistían: su relato era fundar la mínima compañía de amor, narrar cómo el Dios que le había ido conduciendo inspiraría a otros, les haría reconocerse también como peregrinos. Ignacio lo fue narrando en varias etapas. Ahí quedó.
Luego, la más canónica y literariamente espléndida, compuesta por un testigo, Pedro de Ribadeneyra, eclipsó el primer relato. En el siglo XVIII, los editores críticos de manuscritos la recuperaron, ¡en latín!, pero hasta el siglo XX no se editó en lenguas romances y solo hace setenta años que ha adquirido carta de ciudadanía como lectura primera para aproximarnos a san Ignacio, conocida como Relato del peregrino o, simplemente, como El peregrino.
En castellano, disponemos de una vida espiritual de san Ignacio Ignacio de Loyola escrita por el jesuita, filósofo y notable historiador Ignasi Casanovas, que sigue siendo valiosa, y de una excelente edición comentada por el jesuita y teólogo Josep M. Rambla. El libro de Melloni que ahora ve la luz (Éxodo y éxtasis en Ignacio de Loyola. Una aproximación a su “Autobiografía”) es algo más es algo nuevo. Se agradece la mirada limpia.
El relato de un buscador
El libro presenta a un peregrino, un buscador de la patria íntima. La unificación y la desposesión forman parte de un doble movimiento: el éxodo, que es liberación de la tierra angosta, de la esclavitud, el éxodo del hombre libre, como el Jesús del Evangelio de san Lucas, como el Jesús de la Carta a los Hebreos, que nos ha abierto un camino por él transitado y por nosotros transitable. Él ha hecho el éxodo, nosotros sabemos que hay un camino que acaba en casa. No sabemos más.
Para Xavier Melloni, el éxodo del peregrino tuvo también mucho de éxtasis, de locura (“por aquí pasó un loco por Cristo”, declaró en el proceso de beatificación un monje de Montserrat), de extravío, de admiración contemplativa. Hay una salida de la propia tierra que es camino por el agro, es éxodo a la patria libre. Hay una segunda salida (éxtasis) que es abandono de las propias certezas, del propio autocentramiento, para perderse en Dios. Hay un éxtasis que, a través de la finitud, nos adentra en la espera y nos hace autotranscendernos. A Dios venimos, él nos atrae para reencontrar nuestra unidad primera, nuestra plenitud, nuestro ser. San Ignacio de Loyola aprendió a hacer el camino caminando, adentrándose en la vida.
En realidad, no hay otro camino para el peregrino que peregrinar. Los profesores de cultura religiosa escolar, en las peregrinaciones de sus alumnos, ¿acaso no son zahoríes, sherpas, oteadores, exploradores, guías o acompañantes?