Valor del silencio en clase
No hace mucho, si recordáis, toda la pedagogía se basaba en motivación y estimulación, en una especie de despertar que impulsara el conocimiento, provocando, suscitando curiosidad, dinamizando al alumno. La situación actual, no solo a mi entender, sino en el conjunto de la pedagogía y de la didáctica, encamina sus pasos en otra dirección, en la que la atención será fundamental. Con tanto impacto, con tanto estímulo, la lógica ahora viene a ser -una vez más- la del péndulo: volvamos al silencio.
¿Por qué es importante recuperar el silencio? Bastaría con repasar una a una las competencias claves y fundamentales -o el adjetivo que quiera ponerse- para darse cuenta de su relevancia. Es un silencio capacitante, frente a otros silencios supresores. Es un silencio vinculante, frente a otros silencios aislantes. Se trata de un silencio, en línea con todo lo demás, humanizante. Que permita, como no puede ser de otro modo, el desarrollo integral del alumno, relaciones de carácter más profundo con los demás y con “contenidos”, más reflexivo sobre sí mismo y consciente de sus propios procesos, más dialogante de lo que parece, donde el lugar de la palabra vuelva a ocupar espacio relevante en el continuo suceder de imágenes e imágenes.
Además, por añadir algo más a este silencio, es participante. Este participio activo que genera en el alumno una actitud profunda en la que tomar parte, en la que ser parte, en la que saber situarse, en la que vivirse de otro modo más singular y altamente personalizante.
Por supuesto, no todo será silencio, ni silencio por silencio. El silencio será el medio, la ocasión y la posibilidad para la atención, la concentración y el aprendizaje. Conviene en todo esto no perder de vista el fin de la educación y que, para conseguirlo, en definitiva, es imprescindible un alumno capaz de elevarse a metas a la altura de su desarrollo general y de forma equilibrada.
Este silencio del que hablo aquí, sea en la competencia que sea y ante el saber que corresponda en su caso, abre la puerta de una alteridad que requiere una razón amplia, abierta y profunda. Para escuchar, para comprender, para relacionar, para problematizar, para criticar, para saber expresarse, para identificar lo nuclear, para ofrecer su propia síntesis. Es, en cierto sentido, la posibilidad de una vida no sujeta al mero pasar del tiempo y que ofrece pausa, frente a los ímpetus incontrolados, para el dominio de sí y la respuesta más ajustada, más adecuada, más abarcante.