Matemáticas
Ha habido cuchufletas (El País 12/03/2022) a propósito del “sentido socioafectivo” que la propuesta del currículo recomienda también en Matemáticas, “sentimentalizando así la disciplina racional más abstracta”. La rechifla tiene alguna excusa en la rebuscada redacción del texto y en subirse al carro de la moda o auge (ya no pujante tras veinte años) de la “inteligencia emocional”. La propuesta, sin embargo, merece consideración serena. Pascal, matemático y precursor de las máquinas de cálculo, contrapuso al espíritu de geometría el de finura o sutileza (¿emocional?), con el que, sin duda, también había que abordar el cálculo de probabilidades, en el que se anticipó a Leibniz. El sentir común siempre ha sabido que no es posible sumar peras y manzanas. En cuanto a la resta, no es lo mismo restarle cincuenta euros a las dietas de un alto ejecutivo que quitárselos a la mensualidad de un peón. La estadística ofrece el mejor ejemplo en el asunto. Decir que el salario medio en España está en nueve mil doscientos veintitrés euros mensuales (datos de 2021) camufla el hecho de las fuertes diferencias entre provincias (de mil quinientos noventa en Badajoz a dos mil trescientos treinta y ocho en Álava), así como entre hombres y mujeres, no digamos entre directivos de empresa y asalariados sin cualificación. Dar porcentajes globales de morbilidad y de letalidad en tal o cual de las cepas de la COVID-19, en tal o cual región, es muy racional y necesario para la política sanitaria y para el autocuidado de la ciudadanía, pero necesita el complemento, llámese emocional, socioafectivo o humanitario, de mirar y atender los casos uno a uno. Antonio Machado decía algo así (cito de memoria) como que no veía la manera de sumar individuos. Hasta en las operaciones más simples de cálculo y en problemas de álgebra, hay maneras de que los números no encubran a las personas.