Imposible antisemitismo
En una época en la que el antisemitismo era también frecuente en la Iglesia, algunos confiaron en ella. Una placa en una sinagoga de Toulouse nos lo recuerda eternamente.
El domingo veintitrés de agosto en Cominges, al sur de Toulouse, hace calor, en la iglesia del pueblo la gente está cansada. El secretario municipal se refiere en voz alta al telegrama del prefecto, el delegado del gobierno, por el que se prohíbe la lectura ordenada por el obispo. El cura ha olvidado sus gafas. Levanta sus ojos. Se gira hacia el monaguillo y le dice: “Ve a buscar mis gafas”. No hay más remedio. El secretario municipal se marcha. El sacerdote, Xavier Ratio, toma la carta y con las gafas puestas lee en voz alta y solemne la carta sobre la “persona humana”. Las primeras palabras resuenan como bofetadas: “Estaba reservado a nuestro tiempo ver a niños, mujeres, hombres, padres y madres, tratados como un vil rebaño, a miembros de una misma familia separados unos de otros y embarcados hacia un destino desconocido”. Luego el sacerdote lee esta pregunta del arzobispo: “¿Por qué no hay derecho de asilo en nuestras iglesias?”. En los bancos de la iglesia, un silencio ensordecedor. Al final de su carta, el arzobispo se despide cortésmente.
En agosto de ese mismo año, se ha producido la redada de Vel´d’Hiv contra cientos de judíos parisienses. Uno de ellos escribió en un cuaderno, amarillento tras el paso de los años, que no sabía a dónde era llevado. Formaba parte del decimoquinto convoy y su destino fue Auschwitz-Birkenau, uno de los centros neurálgicos de la “solución final”, planeada por las autoridades nazis del tercer Reich y ejecutada con la colaboración del gobierno de Vichy. De las setenta y seis mil víctimas de la shoá en Francia, cuarenta y dos mil fueron deportados. La llamada “solución final” fue decidida el veinte de enero de 1942 en Wannsee, en la periferia de Berlín. En los archivos del obispado, el documento EJ34845, escrito con tinta azul, recoge que el firmante Heijmann Frejer declara delegar la guardia de sus hijos al arzobispo Saliège o a sus sucesores. Más abajo se lee: “En caso de que yo despareciese o no pudiese ejercer mis derechos de patria potestad, delego en las condiciones expresadas anteriormente el conjunto de mis derechos”. Junto a la firma del padre está la de la madre, Suzan Frejer. Desde entonces, muchos niños como estos fueron recibidas en conventos o casas de acogida, una red de “personas de buena voluntad” que supieron alzarse frente a lo innombrable. Michel Frejer y Raphaël René Frejer se salvaron gracias a la propia comunidad judía, también gracias a su confianza en el arzobispo Saliège. En una época en la que el antisemitismo era frecuente en la Iglesia, aunque fuese ya visto por muchos como Jacques Maritain o Henri de Lubac como algo anticristiano e imposible para un católico, Heijmannn y Suzan con un enorme coraje confiaron a sus hijos al arzobispo. En la sinagoga tolosana, construida en 1857, cuando solo existían veintiocho judíos en la ciudad, se ha colocado una placa “en recuerdo eterno” del cardenal Jules-Géraud Saliège.
El antisemitismo amargo siempre se vuelve
celo amargo contra el cristianismo
Espiritualmente semitas
Jacques Maritain fue uno de los iniciadores de la nueva teología cristiana sobre el judaísmo. En 1937, había escrito que odiar, despreciar o tratar de manera envilecedora a la raza de Cristo o de su madre “no es lo más apropiado para un cristiano”. El antisemitismo amargo siempre se vuelve celo amargo contra el mismo cristianismo. Los cristianos no podemos ser antisemitas, pues se vuelve, ya se ha revuelto contra nosotros. Lo dijo Pío XI en un famoso discurso a unos peregrinos belgas: “Como católicos, somos espiritualmente semitas”; y lo recordó Benedicto XVI setenta años después en París. El libro de Maritain fue leído clandestinamente por los resistentes cristianos durante la Segunda Guerra Mundial y preparó el terreno para Lubac y, sobre todo, al opúsculo también clandestino France, ten cuidado de no perder tu alma, de Gaston Fessard, primer cuaderno de Témoignage chrétien, una revista que sigue publicándose. Quizá, estimulado por esa palabra, résistence, Emmanuel Macron habló en octubre último del “deber de resistencia” de las religiones en el encuentro anual de San Egidio en Roma.