Lo inédito viable
Algunas consideraciones sobre la educación como creación y sobre las fuentes básicas de este proceso.
Dice la Biblia que lo que no existía fue creado. Crear es, por tanto, llamar a la existencia, llamar a la vida, hacer emerger, hacer brotar, hacer aparecer, manifestarse, surgir. Siempre me ha perecido una imagen profundamente fecunda de lo que la educación busca y persigue. Estoy convencido de que el modo de nombrar configura el ser. No es lo mismo definirse como un profesor de Lengua que como alguien que regala palabras a sus alumnos para que aumenten la profundidad y amplitud de su experiencia de vida. Del mismo modo, ¿qué pasaría si los educadores nos definiéramos a nosotros mismos como creadores en el sentido que acabamos de describir? Cuando nos preguntaran a qué nos dedicamos, la respuesta sería: yo me dedico a llamar a la vida. Estoy seguro de que esa perspectiva de nuestra misión, bien interiorizada, transformaría por sí sola nuestro modo de ser educadores y, lo que es más interesante, nos llevaría a modos de educar absolutamente innovadores.
Lo tengo comprobado: si cambias cómo te nombras, transformas tu propio ser. Eso ya nos lo enseñó la Escritura: ya no te llamarás Abrán sino Abrahán, en adelante te llamarás Pedro. El poder que Dios otorga en los orígenes al ser humano sobre el resto de la creación se manifiesta precisamente en que “Dios formó de la tierra toda clase de animales del campo y aves del cielo y se los presentó al hombre para ver cómo los iba a llamar” (Gn 2, 19). Motivos suficientes para preguntarnos cómo nos nombramos pero, sobre todo, cómo nombramos. No es lo mismo ser profesor, que docente, que trabajador de la enseñanza, que educador, que testigo, que instrumento, que especialista, que iniciador… que creador. No es lo mismo tener estudiantes, que alumnos, que discípulos… que vidas que despertar.
Encontré recientemente una expresión de Paolo Freire que me invitó a volver sobre esta particular manera de contemplar y de concebir nuestra misión educativa. Habla Freire del inédito viable como aquel sueño posible de ser anticipado, la irrupción de una idea generadora que, bien sembrada en el corazón y en la mente, puede dar lugar al profundo deseo y compromiso de construir un mundo nuevo en el cual no sea tan difícil amar ni vivir en paz. Auténtica creación. Pero para eso se necesitan ciertas herramientas imprescindibles. La primera de ellas un proyecto de educativo que vaya más allá de documentos con “vocación de estantería”, esos documentos en los que volcamos nuestras mejores intenciones, pero que poco o nada percuten en nuestra práctica escolar diaria. Hay que mojarse y optar por una antropología y una cosmovisión, enmarcando de verdad los dos ejes de la misión educativa: la relación (antropología) y el sentido (cosmovisión).
Pero es necesaria también otra herramienta, la que nos permita encarnar de la manera más inteligente esa utopía como posibilidad real. Y para eso sí podemos acudir a las aportaciones sobre el proceso de aprendizaje que nos están llegando, gracias también a algunas orientaciones procedentes de la neurociencia. Pero estas relativamente nuevas propuestas educativas no bastan, necesitan ponerse al servicio de un proyecto educativo potente que les dé su sentido educativo; de lo contrario, perdemos esa perspectiva que movió a grandes pedagogos como Freire: la educación es una forma de intervención en el mundo para cambiarlo. Es imprescindible un cambio en la didáctica, y este vendrá si de verdad aprovechamos la oportunidad que la LOMLOE nos proporciona, pero la escuela que necesitamos no se construirá solo con un cambio didáctico. Es imprescindible renovar la fuerza utópica y profética de la escuela que desenmascare al gran educador que todo lo invade: un capitalismo de vigilancia que pretende convertirnos a cada uno de nosotros en el “producto más rentable” a base de atosigarnos con propuestas aparentemente libres. La alianza entre tecnología y capitalismo de vigilancia se ha constituido en el gran configurador de la vida personal. Pero de eso hablaremos otro día. Baste por hoy llamar a nuestra condición de creadores de inéditos viables en la vida de nuestros alumnos. Vamos cada día a clase a llamar a la vida.
¿Qué pasaría si los educadores nos definiéramos como creadores en el sentido?