La verdadera sinodalidad, giro radical
La misión de una Iglesia que está viva no es otra que tomarse en serio a todos los que la componen por la común condición bautismal ejercida como participación ordinaria.
Tengo abierto el libro de Joaquín Perea González Un giro radical. Ministerialidad e institución en la Iglesia del siglo XXI (PPC, Madrid 2021). Hace unos años conocí personalmente en Córdoba a Perea, al que como teólogo y como presidente de Iglesia Viva hacía tiempo que seguía y leía. Le invitamos al foro que en Córdoba organizaba un pequeño equipo de comunidades y movimientos seglares bajo la presidencia moral y liderazgo real de Luis Briones Gómez, párroco en el sector sur. El libro de Perea que, ¡menos mal!, no trata de sinodalidad, la palabra de moda, sino de ministerios e institución, me ha ayudado a pensar que, en realidad, sinodalidad no es otra cosa que la acentuación de una de las reformas pendientes desde el final del Concilio, frecuentemente confundida con colegialidad y todo el sistema de consejos, más o menos puestos en pie en muchas de nuestras iglesias locales, aún queda recorrido.
Yves Congar publicó en 1953 su Vraie et fausse réforme dans l’Église, aunque en España no lo tradujo una editorial religiosa, sino el muy oficial Instituto de Estudios Políticos de la madrileña plaza de la Marina Española, el edificio que hoy ocupa el Senado, cambiando el singular y el orden de las palabras, no sabemos muy bien por qué: “Falsas y verdaderas reformas”; gracias a Dios, en 2014, Sígueme arregló el entuerto con una nueva edición que recuperaba el titulo original, mantenía la primera traducción de Carmen Castro de Zubiri e integraba la revisión de Luis Rubio Morán. Pablo VI, que invitó en Ecclesiam suam a una verdadera renovación eclesial, no quiso usar (o no se atrevió) la palabra “reforma” (malas evocaciones desde el siglo xv), y usó “renovación” en la segunda parte de su encíclica programática, aunque en el texto sí usaba “reforma”. En las palabras se juega mucho más de lo que a primera vista pensamos. Pablo VI proponía una verdadera reforma en la Iglesia (dans en el original de Congar, no “de”, sino “en”), la que en la homilía inaugural de pontificado asumió Ratzinger: esa es la misión de una Iglesia que está viva. Hay mucha continuidad entre los pontificados de Montini y de Bergoglio, tras el paréntesis de Juan Pablo II, reafirmando la estructura dual clérigos/seglares que, con él, empiezan a denominarse preferentemente “laicos”. En realidad, aquí se plantea o sugiere otro tema, y es en qué grado una praxis más igualitaria, democrática, corresponsable en las iglesias tiene una incidencia política. Quizá no es tan ingenuo, por tanto, el cambio en la traducción del Instituto de Estudios Políticos, ni los usos que se hicieron durante veintisiete años del pontificado de Wojtyla.
Una asamblea de bautizados
La sinodalidad no es otra cosa que tomarse en serio a la Iglesia de todos (de ahí la insistencia en que esta vez sea una “verdadera” sinodalidad la que se instaure e instale como praxis corriente en las iglesias locales, no solo en Roma, como pretendió Pablo VI con la creación en 1965, durante el Concilio, de un sínodo de obispos como fruto del mismo e invitación a la continuidad de su misión). La Iglesia es una asamblea de bautizados, ¡todos primeramente bautizados!, en la que hay una universal vocación a la santidad y un sacerdocio común de los bautizados (pura constitución conciliar Lumen gentium, 1964). Si todos los cristianos lo son por una razón fundamental, el bautismo, y la eucaristía es la forma de ir asimilando ese bautismo, esa consagración, el asunto no es el clericalismo, sino la común condición de todos los bautizados en la Iglesia, todos, a cuyo servicio están (estamos) los ministros. El asunto no es el clericalismo (palabra de moda recientemente) ni tampoco la participación o inserción de los laicos (la palabra dual con que se nos han venido presentando otra eclesiología radicalmente falsa), sino la sinodalidad, es decir, la común condición bautismal ejercida como participación ordinaria. Basta ya de contraponer artificiosamente.
La Iglesia es una asamblea de bautizados en la que hay una universal vocación a la santidad