Cristianismo y religiones
Reflexiones en torno a la presencia de la fenomenología de la religión en nuestras clases de Religión.
Las diferentes versiones del currículo de Religión han incluido siempre la fenomenología de la religión. Se trataba de enmarcar la religión cristiana en el contexto de ese fenómeno más amplio que representan las religiones en la historia de cultura, un camino por el que muchos transitamos de la mano de la sabiduría de nuestro admirado y añorado Juan de Dios Martín Velasco. Hay que señalar que eran tiempos en los que el ambiente cultural reinante militaba un cierto rechazo generalizado a la religión. Sigo creyendo que conviene no olvidar este contexto y que una buena presentación de la fenomenología de la religión es necesaria. Sin embargo, tomo nota de que el ambiente cultural hoy es diferente. Ya no se cuestiona lo espiritual, más bien parece que se reivindica, pero a su aire, tal como brote, apuntándose a expresiones múltiples y variadas cuyo valor a veces se sitúa en la medida en que esas expresiones se alejan de la religión como si esta las hubiera usurpado al servicio de un régimen opresivo. Cada día encontramos más reivindicaciones espirituales bien alejadas de la experiencia religiosa.
Si esto es así, creo que nos corresponde desde la ERE marcar la enorme diferencia de experiencia espiritual que supone la vivencia de la fe cristiana sin abandonar el contexto común de la fenomenología religiosa. Cada vez estoy más convencido, vital e intelectualmente, de que la experiencia religiosa que propone Jesús es absolutamente disruptiva y también de que, en el ambiente de espiritualidad blanda en el que podemos vivir hoy, conviene marcar este carácter disruptivo. Si hiciéramos la lista de todos los elementos que nos propone la fenomenología de la religión como instrumentos de comprensión del fenómeno, seguro que en cada uno de ellos encontrábamos ese carácter disruptivo del que hablábamos. Sería un ejercicio bien interesante y por otra parte necesario si de verdad queremos presentar el valor de la experiencia religiosa y, por tanto, espiritual, cristiana. Si entre ellos yo tuviera que elegir alguno que considero más nuclear, iría directamente a la dialéctica sagrado-profano. Hay un dato radical en el evangelio: Jesús fue laico y su propuesta de experiencia de Dios se enmarcaba en lugares completamente alejados del ambiente cultual de la religión judía del momento. La propuesta de experiencia religiosa de Jesús no tiene nada de sacral. La genealogía de Jesús no entronca con la tradición de los levitas ni está él conectado con la tradición de los maestros de la ley. Su propuesta no es ni sacral ni moral, en primera instancia. La moralidad representada por los escribas y fariseos y la sacralidad representada por el sumo sacerdote se aliaron para matar a Jesús.
Hay un detalle fundamental en el relato de la muerte de Jesús: entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba a abajo, dice Mateo (27,51). Me parece, y más en Mateo que se dirige a lectores judíos, toda una declaración de intenciones. Debemos situarnos en la mentalidad de un judío piadoso en tiempos de Jesús. Si el velo se rasga en dos de arriba abajo, es que la presencia “sagrada” de Dios ha salido de su encierro. Y es que es así. Jesús inaugura con su predicación una nueva realidad espiritual y religiosa que supera con mucho el esquema clásico de las religiones entre sagrado y profano: es la realidad sacramental. La presencia de Dios ya no está circunscrita a lugares o personas, sino que toda la creación es susceptible de convertirse en sacramento, esto es, en signo real de la presencia de Dios. Un abrazo, un perdón, una pareja, la belleza, la intimidad, la acogida del necesitado, la amistad entregada, el amor desinteresado, la esperanza en acción, la naturaleza: todo puede llegar a convertirse en signo real de la presencia de Dios. Hasta la carta a los Hebreos, nadie osó atribuir a Jesús el título de sacerdote, y el autor lo hace marcando radicalmente la diferencia con el sacerdocio del Antiguo Testamento. Luego vino la sacerdotalización del ministerio, con personas y lugares más sagrados que otros, y nos trajo la contaminación de una versión primitiva de lo sagrado haciéndonos perder el carácter disruptivo de nuestra fe. Pero eso es otra historia.
Jesús inaugura con su predicación una nueva realidad espiritual y religiosa