Más vulnerabilidad
Una invitación a que dejemos entrar a nuestras aulas y, sobre todo, a nuestro currículo, el drama de la guerra, después de la crisis económica, la pandemia y la erupción del volcán.
Llegó la crisis económica, arribó la pandemia, sobrevino un volcán en erupción y ahora nos explota casi en la cara una guerra. Si la incertidumbre sobre el futuro se había ya constituido en una perspectiva bien asentada, la reiteración de acontecimientos como estos terminará por instalar este sentimiento como uno de los más arraigados. En realidad el título de este artículo debería ser un poco más extenso: más señales inequívocas de nuestra radical vulnerabilidad que vienen a recordarnos la falacia de nuestro poder y deseo de dominación y seguridad. Una invitación a que nos descabalguemos de la ilusión del control y de la seguridad basada en nuestras propias fuerzas humanas y tecnológicas. El ser humano es lábil al tiempo que lleva sembrada en su interior la semilla de la mayor de las grandezas. Este sería el primer dato que deberíamos trabajar en el aula.
El segundo no es menor: la extraordinaria fragilidad de las conquistas morales. La tecnología avanza sobre la seguridad de los desarrollos anteriores. Nadie vuelve a fabricar un teléfono analógico. Pero el progreso ético no funciona del mismo modo. El camino de siglos que llevó a la humanidad a la proclamación de los derechos humanos no basta para que estos sean de verdad aceptados como norma de conducta para la construcción de la sociedad que queremos. Estamos viviendo con profunda tristeza de qué manera se diluyen años y años de trabajo. Qué costoso y difícil es el camino que lleva a la construcción del bien y qué sencillo y rápido puede destruirse aquel atisbo de utopía al que se había llegado. Cito a mi admirado Wagensberg: “Construir es ir de cualquier parte a una parte muy especial, y para ello hay que invertir tiempo, talento y esfuerzo; destruir es ir de una parte muy especial a cualquier otra parte, y para ello no se requiere absolutamente nada”. Y más: “La humanidad se divide en dos clases de personas, la de las que van más bien a favor de los proyectos y la de las que van más bien a favor de sí mismas. Los proyectos suelen empezar bien, empujados por personas que van más bien a favor de los proyectos y se van arruinando a medida que son reemplazadas por personas que van más bien a favor de sí mismas”.
Cuando propongo que estas realidades (crisis económica, pandemia, volcán y guerra) entren con pleno derecho en la escuela no me refiero a que sean ocasión de una reflexión moralizante en esas escasas interrupciones que a veces hacemos los profesores en medio del discurso de una programación esclerótica para hablar de cosas interesantes por actuales. Creo sinceramente que la escuela tiene como misión proporcionar a nuestros alumnos herramientas e instrumentos para comprender desde la cosmovisión cristiana el mundo en el que vivimos. No hay realidad humana que no tenga que ver con la experiencia religiosa. Qué mejor ocasión para que dejemos entrar esta desgarradora experiencia en nuestras programaciones. No creo que haya contenido más importante para ser abordado en estos momentos en clase de Religión que el estudio bien dirigido de este drama que estamos presenciado en directo. El punto de entrada lo tenemos muy fácil: el patriarca Cirilo y el papa Francisco. Un mismo Evangelio, una misma fe, dos vivencias, dos modelos de Iglesia, dos modos de relación con el poder político, dos modos de hacerse presentes en los conflictos. Y desde ahí llamar a las otras áreas para que también ellas despierten del engaño de una programación autista invitándolos a entrar en todo un proyecto interdisciplinar: la historia para la evolución pasada y reciente de esos pueblos, la física y la química para el funcionamiento de los ejércitos y de esas armas que ahora se exhiben, la economía para los granes intereses y alianzas, las artísticas para descubrir los legados ruso y ucraniano, la geografía, etc.
Siempre he defendido que el área de religión es esencialmente interdisciplinar porque tiene la vocación de iluminar toda realidad humana. He aquí una magnífica ocasión para ponerlo en práctica y volver a demostrar que estamos a la vanguardia de la innovación educativa.