Sí sabemos, hay certezas
Donde se sale al paso de una cierta resignación en el ámbito educativo frente a la cada vez más elevada incertidumbre hacia los escenarios de futuro
No hace muchos días, fui sorprendido por unas imágenes de televisión en las que una maestra se dirigía a sus alumnos anunciándoles que más de la mitad de la clase iba a trabajar en el futuro en profesiones que todavía no existen. Mi primera reacción fue preguntarme cuál era el motivo que había movido a la maestra a entregar semejante comentario. No sé si lo que pretendía era motivar a sus alumnos hacia alguna actividad educativa innovadora. En cualquier caso, mi pensamiento se deslizó rápidamente hacia la mente y corazón de esos alumnos. Si esto es así, ¿qué sentido tiene esforzarse por aprender nada? Si la responsable de mi educación no sabe a qué escenario me está preparando, ¿por qué debo llevar a cabo las tareas que me marca?
Esta anécdota me devolvió una de las inquietudes que más me preocupan: ¿cómo educar en una sociedad con unos niveles de incertidumbre tan elevados? ¿Tenemos alguna seguridad en eso que debemos transmitir? ¿Hasta qué punto podemos ofrecer una educación que permita a nuestros alumnos elementos firmes? Mi respuesta es claramente afirmativa. He participado en diálogos públicos y privados en los que se debate sobre los grandes retos que tenemos planteados como educadores de este ya crecidito siglo XXI. En mi opinión, los mayores retos a los que se van a enfrentar nuestros alumnos en el futuro son de carácter ético. Ya sé que esto no suele formularse así porque, si realmente hubiera acuerdo sobre ello, no versarían tanto sobre innovaciones tecnológicas sino sobre cómo reamar la transmisión ética en la escuela y, Sinceramente, ni lo veo muy presente ni en las palabras de los grandes gurús ni siquiera como inquietud en las reflexiones o seminarios en los ambientes de la escuela católica.
En efecto, nuestros alumnos tendrán que decidir qué papel juegan las máquinas y ellos mismos en el cuidado de sus padres cuando envejezcan. De igual manera, tendrán que decidir los entornos relacionales en los que educar a sus hijos en escenarios dominados por el internet de las cosas. Una vez la dialéctica entre el ser y el hacer nos puede ayudar a clarificar la reflexión. Los grandes retos no están en la vertiente del hacer, en las competencias prácticas, sino en la vertiente del ser. Tendremos que preguntarnos en qué consiste ser persona y educar a nuestros alumnos en ese itinerario. Hoy más que nunca, la escuela está llamada a un profundo rearme ético y humanista.
No se trata de abandonar las enseñanzas necesarias para ese conjunto competencial que les haga capaces
de enfrentarse a un futuro incierto sino de recuperar la profunda unión que nunca debió perderse entre lo que enseño y el sentido humanizador de lo que enseño. A estas alturas, ya nadie duda de los peligros de un progreso autónomo marcado por los intereses del sistema cada vez más invisible. Por todas partes se escucha el clamor de la preocupación por fijar la superioridad de la persona sobre la máquina. Asegurar, en definitiva, que tenemos la obligación no solo de seguir siendo humanidad sino una éticamente más avanzada que hasta ahora.
Esta perspectiva abre una grandísima oportunidad a la escuela católica. En primer lugar porque, de la mano de la gran tradición de la Iglesia y parafraseando a Pablo VI, somos expertos en humanidad. La experiencia fundante de la fe nos abre a enormes fuentes de sentido en el ámbito de la visión de la persona y del mundo que hoy, más que nunca quizá, debemos poner al servicio de este gran reto ético. Deberíamos asumir un mayor protagonismo en el liderazgo del análisis y de las propuestas que semejante reto están planteando a la educación. Poseemos instrumentos de un valor incalculable para ejercer este liderazgo, como es el caso de la educación integral de la que tanto hablan todos los documentos educativos. Nadie como la escuela católica posee tantos recursos para poner en pie proyectos educativos que hagan realidad este gran paradigma de la educación, proyectos que, sin la menor duda, resultarán diferenciadoramente innovadores. Sí sabemos. Hay certezas.