ERE y educación para la paz
Los tristes acontecimientos de los que hemos sido testigos han movido a la sociedad en sus distintos estamentos al urgente llamamiento al cese de las acciones bélicas y de la locura que impone la lógica de la muerte.
Entre tantas voces que se han escuchado, destaca el llamado constante del papa Francisco: “Ante la barbarie de la matanza de niños, inocentes y civiles indefensos, no hay razones estratégicas que valgan: lo único que hay que hacer es poner fin a la inaceptable agresión armada, antes de que reduzca las ciudades a cementerios”. Pero, como siempre sucede en situaciones similares, la gravedad de los hechos nos lleva a preguntarnos sobre lo que deberíamos hacer para generar mayor conciencia acerca de la imperiosa necesidad de construir una civilización que pueda convivir en paz y no se aniquile a sí misma. Y, como en tantos otros casos, aparece la educación para la paz y la convivencia como un compromiso a ser asumido si queremos lograr estos objetivos. En ese sentido, sabemos que la enseñanza religiosa escolar (ERE) se presenta como uno de los ámbitos privilegiados para favorecer la meta que se busca para la educación del siglo XXI, que es el fomento del diálogo intercultural y de la convivencia pacífica, en la línea del “aprender a vivir juntos” que aparecía como uno de los pilares de la educación del Informe Delors (1996).
Me gustaría en esta dirección destacar el modo en el que las distintas normas que regulan la ERE en América Latina se hacen eco de estos propósitos y los plantean como un objetivo primordial. Por mencionar algunos ejemplos, podemos ver en la Constitución de Bolivia y en su ley de educación que se encuentra fomentar “el respeto y la convivencia mutua entre las personas con diversas opciones religiosas, sin imposición dogmática, y propiciando el diálogo interreligioso”. En el caso de Brasil, encontramos en las Orientaciones básicas para la enseñanza religiosa en las escuelas estaduales, del estado de Río de Janeiro, que se procura propiciar la formación para el desarrollo religioso y la experiencia de fe del alumno, al mismo tiempo que se la considera parte integral de la formación ciudadana, educando para la convivencia en el diálogo y el respeto a otras creencias existentes en el contexto escolar. En Colombia, podemos ver cómo el Estado solicita a las Iglesias que sus programas de ERE se vinculen con la educación ciudadana, especialmente en relación a la convivencia y la paz, el desarrollo moral, la toma de conciencia de la propia identidad y el reconocimiento y respeto del pluralismo cultural y religioso, la resolución pacífica de conflictos, el respeto de los derechos humanos, la protección del medioambiente y la participación en la sociedad democrática. Como último ejemplo, leemos en las bases curriculares y programa de estudio de Religión elaborado por la Conferencia Episcopal de Chile que la ERE “se valora como un aporte real que favorece el pensamiento crítico y el valor de la verdad y la justicia, desde la formación para el discernimiento de la realidad y de una convivencia sana, de respeto y sensibilidad por la dignidad de la persona humana y su entorno natural y cultural”.
“La Iglesia está llamada a ser una escuela permanente
de verdad y justicia, de perdón y reconciliación”
Una necesaria convivencia
Este rápido repaso de lo expresado en las normativas de algunos de los países de América Latina en relación a la ERE nos muestra cómo los objetivos de esta materia están íntimamente relacionados con la necesaria educación para la convivencia en el marco de la educación para la ciudadanía. Los obispos en Aparecida (2007) ya lo planteaban al afirmar que “urge educar para la paz, dar seriedad y credibilidad a la continuidad de nuestras instituciones civiles, defender y promover los derechos humanos, custodiar en especial la libertad religiosa y cooperar para suscitar los mayores consensos nacionales”. Estamos llamados como hombres y mujeres creyentes a ser constructores de paz, y como educadores tenemos la misión de poner los medios necesarios para que los niños y jóvenes con los que trabajamos puedan hacer carne la cultura del diálogo, el respeto por el otro y la paz. Citando nuevamente a Aparecida, podemos afirmar que “la Iglesia está llamada a ser una escuela permanente de verdad y justicia, de perdón y reconciliación para construir una paz auténtica”. Que nuestras clases de Religión puedan contribuir a este llamado.