Perfiles históricos
Podemos decir que distintas competencias básicas han definido el perfil de salida de los cristianos de todos los tiempos. Merecerá la pena conocer sucesivos procesos de inculturación de la tradición.
La inculturación como palabra constituye una conquista actual, generalizada sobre todo a partir del Concilio Vaticano II. Inculturación es esa dinámica mediante la cual el mensaje evangélico y la doctrina cristiana entran en las diversas lenguas y en las culturas locales. Mensaje y doctrina se inculturan, precisamente para llegar a los diversos destinatarios. Preguntados los historiadores por una dinámica de este tipo, la encuentran en los procesos de evangelización que se han sucedido a lo largo de la historia. Aunque no teorizada como ahora, ha sido una realidad a lo largo de la historia de la evangelización y de la cura pastoral. Concretamente nos preguntaremos por la inculturación en cinco momentos históricos.
¿Estaba ausente la inculturación en el cristianismo incipiente y la Iglesia antigua? ¿Adquirió modalidades distintas en los diferentes medievos? ¿Se afrontó la inculturación a lo largo de la modernidad? Y, como guía de lectura, las tensiones que el obispo auxiliar de Porto Alegre (Brasil), Antônio do Carmo Cheuieche, descubre en los procesos de inculturación. Tensiones entre fe y cultura, “porque no existe […] ningún núcleo evangélico teológicamente puro, transcultural en su expresión y comunicación”. Tensiones entre evangelización ya inculturada y las demás culturas, pues, “según la ley histórica que rige el encuentro de culturas asimétricas, con sus ineludibles consecuencias, resulta inexplicable la penetración del cristianismo” en determinadas culturas.
Tensiones entre el factor configurador evangélico y el factor configurador cultural; entre memoria y proyecto; entre misterio y expresión cultural, en la cristiandad medieval occidental o en la lucha iconoclasta bizantina. Esta tensión, entre misterio y expresión cultural, “que palpita en toda expresión artística que se propone comunicar una experiencia religiosa profunda” es una realidad, junto con las causas económicas y políticas. En definitiva, tensiones entre unidad de la Iglesia universal y pluralismo de las Iglesias particulares. Al referirse a este problema, afirmaba Pablo VI que “justamente en las Iglesias orientales se encuentra históricamente anticipado y exhaustivamente demostrado en su validez el esquema pluralista”.
Una reflexión continua
Si el Concilio Vaticano II se preocupó por encontrar una respuesta a esta cuestión, Pablo VI y Juan Pablo II se han hecho amplio eco de ella. La reflexión teológica continúa y se prolongará, dado el carácter dinámico de la cultura y la evolución de la comprensión en profundidad de la fe y de su expresión cultural. Desde nuestra situación curricular, el perfil de salida, “clave para dar continuidad, coherencia y cohesión a la progresión de los estudiantes durante la enseñanza básica, y para garantizar su formación integral en la esfera personal, emocional e intelectual y social y afectiva”, es el imperativo del nuevo currículo diseñado por el Ministerio de Educación y Formación Profesional, y las ocho competencias de que consta son nuestro referente cultural más próximo.
“La enseñanza de la Religión se ha planteado tradicionalmente teniendo como principal referencia la transmisión de los contenidos del mensaje de la Religión. Plantear la enseñanza de la religión en la escuela como un desarrollo de competencias y no como una asimilación del mensaje es una verdadera novedad” (Rafael Artacho López, Competencias básicas y enseñanza de la Religión en el curso 2007/08, conferencia alojada en su web). Dice también que “el verdadero problema no es qué aporta la enseñanza religiosa escolar a las competencias básicas, sino qué aportan las competencias básicas a la enseñanza religiosa escolar”. Porque las competencias son el modo de construir el proceso de enseñanza de la Religión sobre los “pilares de la educación a lo largo de la vida” (Informe Delors).
La reflexión teológica continúa y se prolongará,
dado el carácter dinámico de la cultura