Perseverar en el camino abierto
Razones para profundizar en el camino abierto por la Comisión Episcopal de Enseñanza con su propuesta de la ERE, a pesar de la dinámica excluyente del ministerio
Tal como el director de esta revista ha escrito y denunciado, el modo en el que el ministerio ha recibido y trabajado la innovadora propuesta de la Comisión Episcopal de Enseñanza sobre la reubicación de la ERE en la nueva ley de educación no puede ser más profundamente decepcionante. A él dejo como protagonista de parte del proceso la descripción pormenorizada de la falta de miras y la escasez de auténtica visión educativa de la que han hecho gala nuestros gobernantes en toda esta tramitación. Mis reflexiones quieren ser una aportación a este nuevo camino abierto.
Este es, si no recuerdo mal, el tercer intento de encontrar una articulación más integrada de la ERE dentro del sistema educativo. El primero tuvo lugar en los primeros noventa y fructificó en aquel proyecto de Sociedad, Cultura y Religión, liderado por una parte por Peces Barba y de otra por Olegario González de Cardedal. El segundo, diez años después, recogió aquella experiencia y, de la mano de Rafael Artacho y con el asesoramiento de Gómez Caffarena, proponía un mismo currículo para todos en torno a la religión y las religiones, que tendría una doble vía: la confesional y la general. Este ambicioso proyecto no vio la luz. Creo que es interesante recordar estos intentos anteriores porque refuerzan los criterios que se han seguido para la propuesta de la Comisión Episcopal de Enseñanza. Siempre he defendido que la justificación de la ERE debe enraizarse en el mismo ser de la escuela. Acudir a la vía legal reivindicando el cumplimiento estricto del entramado jurídico que la sostiene tiene poco recorrido.
La justificación de la presencia de la ERE en el sistema educativo desde una perspectiva del propio ser de la escuela se fundamenta en dos líneas de reflexión. La primera tiene que ver con la educación integral. En efecto, una educación que pretenda serlo de toda la persona no puede ignorar la dimensión espiritual, no solo como realidad humana personal ineludible, sino como fuente inagotable de experiencias religiosas y de cultura. Esta doble dimensión, experiencia personal y manifestaciones de la misma en la religión y todas sus creaciones culturales deben necesariamente estar presentes en el currículo. La segunda se refiere al derecho de las familias a elegir el tipo de educación para sus hijos, enraizado en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en nuestra propia Constitución. El modo de aunar ambos criterios nos lleva a una propuesta de área curricular fijada por las autoridades educativas en todos sus pormenores, pero que pueda ser seguida por una vía confesional y otra general (ambas en diálogo y en coordinación constante).
Una propuesta basada en estos criterios da razón de la importancia curricular de esta área, de tal manera que es el propio sistema el que reconoce la relevancia del ámbito de experiencia humana que intenta educar. La ERE deja de ser un espacio que el sistema educativo cede a la Iglesia para que ella lo ordene autónomamente. Esta situación es insostenible en una sociedad democrática que asume su responsabilidad de educar a sus alumnos desde una perspectiva integral. ¿Qué pasa con el resto de los alumnos y su propia educación espiritual y cultural? Si tan importante es lo que se quiere educar en nuestros alumnos por medio de esta área, parece imprescindible que todos los alumnos tengan acceso a ella. Si un área de estas características es asumida por el propio sistema, no cabe duda de que el currículo queda muy mejorado. Por otro lado, reconocer que los licenciados en Teología están capacitados para impartir esta área, tanto en su itinerario general como en el confesional, no es más que colocarse en el nivel de las grandes tradiciones centroeuropeas, en las que la teología está situada con normalidad en el entorno universitario.
El fracaso de la negociación reciente no nos debería arredrar. Un camino basado en estos criterios constituye una gran aportación al propio sistema, introduciendo en él el ámbito de la experiencia espiritual y sus manifestaciones al tiempo que asume el derecho de las familias. Transitemos por él con valentía y determinación.